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De teatros

Nathanael Yáñez Silva (1884-1965) desarrolló su crítica teatral "cuando el movimiento de los escenarios era intenso y grandes compañías españolas y algunas francesas nos visitaban teniendo como principal asiento para su actividad la capital" (Robles, Lautaro. "Un hombre de teatro". El Mercurio de Valparaíso, 10 septiembre 1994, p. A3). Inició esta labor en El Diario Ilustrado (1902-1970) y durante la primera mitad del siglo XX continuó colaborando con otros medios periódicos. Se ha considerado que "la crítica teatral era algo desconocida en Chile hasta que él la hizo habitual en las columnas de los diarios en que escribió hasta el día de su muerte" (Mansilla, Luis Alberto. "Memorias de Yáñez Silva". Ultima Hora, 10 octubre 1966), cuyas plataformas "le entregaron al crítico la posibilidad de producir opiniones que tenían una fuerte influencia y difusión en el círculo intelectual, debido al crecimiento exponencial de las imprentas y la necesidad de inscripción hegemónica de la letra escrita por parte de la ciudad letrada" (Escobar, Benjamín. "Revisión y selección del archivo Nathanael Yáñez Silva. Posicionamiento del crítico en el círculo intelectual de la primera mitad del siglo veinte". Crítica.cl. 31 julio 2018. Consultado el 7 de mayo de 2021).

En 1912, Yáñez Silva publicó "De teatros", sección esporádica de crítica teatral en la revista Pluma y Lápiz, dirigida por Fernando Santiván (1886-1973). En este espacio, el escritor se refirió a representaciones dramáticas a las que asistía y a noticias del ámbito teatral a la par que expresaba su punto de vista respecto al desempeño de actrices y actores, las compañías y los empresarios teatrales.

Yáñez Silva prefería llamar a sus textos sobre teatro "charlas", nombre que empezó a utilizar desde sus publicaciones en El Diario Ilustrado y que continuó usando para los textos que dio a conocer en Pluma y Lápiz y, posteriormente, en La Nación de Santiago y Las Últimas Noticias. Según explicó en su primera entrega en la sección "De teatros" la idea de "charla" tenía varias ventajas: "Eludir una responsabilidad directa, cierta comodidad para tratar los asuntos y más amplio marco para encuadrar. Además, cuando una frase o una apreciación moleste a persona determinada tiene ella la garantía de poder decir: 'Bah! Es eso una simple apreciación, sin consecuencias, ni para el que escribe ni para el que lee'. Y esto último, 'sin consecuencias', es lo que me dice a charlar" ("De teatros". Pluma y Lápiz. Número 1, 19 julio 1912, p. 10).

"De teatros" dio cuenta de las presentaciones dramáticas de compañías españolas en Chile. Hacia fines del siglo XIX e inicios del XX varias de estas agrupaciones habían visitado el país. Ya hacia la década de 1910 estas compañías trajeron "en muchos casos las obras del momento que se estaban presentando en Europa y España". Por ejemplo, Yáñez se refirió en varios artículos a la compañía del actor Enrique Borrás (1863-1957), que estuvo en Chile 1911 y 1912 (Piña, Juan Andrés. Historia del teatro en Chile. 1890-1940. Santiago: RIL. editores, 2009, p. 124-125). En específico, las obras En Flandes se ha puesto el sol de Eduardo Marquina (1879-1926), El gran Galeoto de José Echegaray y Eizaguirre (1832-1916), Malvaloca de los hermanos Serafín (1871-1938) y Joaquín Álvarez Quintero (1873-1944), El alcázar de las perlas de Francisco Villaespesa (1877-1936) y El Místico de Santiago Rusiñol (1861-1931). También escribió sobre la Compañía Moncayo del actor español José Moncayo Cubas (1863-1941), quienes representaron El fresco de Goya de Carlos Arniches (1866-1943), Enrique García Álvarez (1873-1931) y Antonio Domínguez (1877-1942), además de llevar a escena El barbero de Sevilla de Gioachino Rossini (1792-1868) y Cesare Sterbini (1784-1831) (Yáñez Silva, Nathanael. "De teatros". Número 8. Pluma y Lápiz, 6 septiembre 1912, p. 27).

Yáñez Silva se refirió también a problemas más específicos como, por ejemplo, la falta de compañías de zarzuela que estuvieran completas al presentarse en Chile, con todos sus músicos, lo que atribuía, por un lado, a la "tacañería de los empresarios" al momento de traer a los artistas y, por otro, a la "exagerada celebridad de los cómicos", en relación con la vanidad y competencia existente entre los mismos actores ("De teatros". Pluma y Lápiz. Número 1, 19 julio 1912, p. 10). Otro de los problemas que estableció fue la preferencia del público por la opereta en contraste con otras representaciones teatrales más clásicas. La opereta es una "ópera ligera, de tema festivo, de duración normal o de un solo acto, donde se alternan el canto con el diálogo" (Piña, Juan Andrés. Historia del teatro en Chile. 1890-1940. Santiago: RIL. editores, 2009, p. 74). Para Yáñez Silva esta era un "espectáculo inferior, pero al alcance de todos" y con un menor valor artístico: "Y no es que en la opereta no haya arte. No. Pero es un arte menos arte, menos espiritual, menos difícil de comprender. Un arte, en fin, ayudado por el artificio y la mecánica escénica. Ante mil ojos que miran convence más el juego escénico de treinta coristas, que la belleza de una frase" (Yáñez Silva, Nathanael. "De teatros". Número 3. Pluma y Lápiz, 2 agosto 1912, p. 25).