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La novela y sus escollos (1870)

En la década de 1870, La Estrella de Chile y el "Círculo de colaboradores de La Estrella de Chile" organizaron certámenes literarios con el fin de incentivar la producción de obras de jóvenes escritores. El primer certamen premió un cuento y se desarrolló a mediados del año 1870. Los jurados fueron Zorobabel Rodríguez (1839-1901), Carlos Walker Martínez (1842-1905) y Enrique del Solar (1844-1893).

A partir de la revisión de los textos que se presentaron al certamen, Zorobabel Rodríguez escribió el artículo "La novela y sus escollos", publicado en dos partes durante agosto y septiembre de 1870 en La Estrella de Chile. Este texto estuvo orientado a los jóvenes que deseaban escribir novelas incluyendo sugerencias respecto a qué evitar y qué tener en consideración.

Si bien Rodríguez mencionó que no pretendía dar una "receta por medio de la cual pueda hacerse producir flores y frutas al desierto", indicó que iba a ofrecer ciertos lineamientos a los jóvenes escritores, pues "en la novela hay seducciones que evitar y perfecciones que alcanzar". Así, enunció cuatro "escollos" que los escritores debían evitar al escribir una novela y dos "perfecciones" a alcanzar (Rodríguez, Zorobabel. "La novela y sus escollos". La Estrella de Chile. Año III, número 152, 28 de agosto de 1870, p. 739-744).

Los tres primeros "escollos", dificultades u obstáculos que mencionó derivaron de su conocimiento de los folletines que circulaban por entonces durante la segunda década del siglo XIX, en los que predominaba el idilio amoroso, el exceso de diálogo y las declaraciones de amor (Barraza, Eduardo. "Multiculturalidad en folletines chilenos de filiación 'indiana' del siglo XIX". Catedral tomada. Volumen 9, número 17, 2021, p. 257-258).

En relación con el estilo, Rodríguez precavió a los escritores de la "seducción de las palabras", es decir, les hizo un llamado a no utilizar palabras accesorias, a pesar de que se vieran tentados a emplearlas. Indicó que toda palabra "que en el discurso no esté desempeñando algún servicio positivo, cualquiera que sea por otra parte su elegancia, su armonía o su brillo, es una palabra ociosa, y que debe ser irremisiblemente eliminada" (Rodríguez, p. 741).

Respecto a las temáticas, Rodríguez mencionó que los escritores debían evitar la "seducción del idilio", es decir, recomendó recurrir solo muy de vez en cuando a la temática amorosa que se ambientara en los campos y naturaleza. Rodríguez mencionó que la insistencia entre los escritores de situar su narración en este ambiente era debido a una preconcepción de los novelistas de que "solo en la calma y soledad de los campos es posible encontrar paisajes y escenas que piquen la curiosidad y conmuevan el corazón". Sin embargo, el autor enunció que "nada hay menos dramático que los campos y los campesinos, y nada se presta, por consiguiente, menos a ser explotado con ventaja por el novelista". En oposición a esta creencia, Rodríguez señaló que es "en el bullicio de las ciudades, en el choque continuo de las pasiones y de los intereses, en la diversidad de situaciones y de caracteres, en el contraste que ofrecen la opulencia de unos y la miseria de otros, la virtud de estos y la maldad de aquellos, donde está el campo propio, fecundo, inagotable, reservado al novelista de talento" (Rodríguez, p. 743).

Vinculado a este segundo escollo, Rodríguez también indicó que los novelistas debían evitar escribir declaraciones de amor entre los personajes en las que se extendieran los diálogos y mejor presentar tal sentimiento con acciones de los personajes (Rodríguez, p. 744).

En términos estéticos, Rodríguez advirtió de la "seducción del falso americanismo literario", en referencia a la tendencia de algunos novelistas que, al intentar dar a sus textos "un carácter local y original", han hecho "nacer y puesto en boga un cierto género de novelas y leyendas que más que americano podríamos denominar indígena-disparatado".

Esta observación del autor respecto a la originalidad de la novela se vinculó con una serie de debates identitarios ocurridos en Chile durante la segunda mitad del siglo XIX. En este contexto, Rodríguez "parece haberse hecho cargo de la preocupación de sus contemporáneos por consolidar una novelística nacional entendida como expresión cultural de la autonomía política obtenida tras las guerras de Independencia, anhelo fundacional inaugurado, en Chile, con la generación literaria de 1840" (Aguayo, Eduardo. "Estrategias editoriales de la prensa literaria católica en el siglo XIX chileno: La Estrella de Chile". Hispania Sacra. Volumen LXXII, número 146, julio-diciembre de 2020, 573-574).

Rodríguez criticó a los autores que estaban escribiendo novelas de temática indígena, a las que se refirió como "novela indiana". El autor postuló que los escritores incurrían en dos errores al escribir este tipo de obras. Por una parte, una equivocación de "concepto" al creer que "los representantes del americanismo, son los primitivos pobladores del continente y que el medio más eficaz de americanizar la literatura es barbarizarla". Por otra, los escritores incurrían en un error de "ejecución", ya que al escribirlas resultaban inverosímiles al tener desconocimiento de los indígenas. Así, Rodríguez señaló que "si no conocemos, ni los sentimientos, ni las costumbres, ni las preocupaciones de los indios; si no tenemos ni siquiera una idea aproximada de la fisonomía de las comarcas que habitan, ¿cómo los haremos hablar y moverse? ¿Cómo poner en acción a los hombres y describir a lo vivo la naturaleza, sin cometer a cada paso los más groseros errores, sin experimentar a cada instante dificultades insuperables y nudos que si pueden ser cortados a costa de chocantes inverosimilitudes, no pueden ser nunca desatados?". Por esta razón, el crítico indicó que "la novela indiana es la más difícil que pueda acometerse por los principiantes" (Rodríguez, Zorobabel. "La novela y sus escollos". La Estrella de Chile. Año III, número 153, 4 de septiembre de 1870, p. 755-756).

En los últimos dos puntos de su artículo, Rodríguez se refirió a las "perfecciones" a las que los novelistas debían apuntar. Señaló que era preciso que en la novela se mantuviera "el interés dramático", lo que se lograba mediante un argumento en el que existiera una "lucha entre la virtud y la adversidad". Como segunda "perfección" mencionó que el novelista debía cuidar la "precisión de las descripciones" de tal modo que "no debe describir nada que no esté en situación de describir con verdad y que no debe llevar a sus lectores a ningún sitio cuyo color local no haya percibido con sus propios ojos" (Rodríguez, p. 760).