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Feminismo aristocrático

En las páginas del número 68 de la revista Familia (1910-1928), con fecha de agosto de 1915, se publicó una conversación entre Amanda Labarca (1886-1975) e Inés Echeverría Bello (Iris) (1868-1949). Bajo el título "La vida del espíritu", en este texto se contraponen dos visiones sobre Chile, el ambiente artístico chileno y el oficio literario que el crítico Bernardo Subercaseaux interpretó como muestras de dos de las vías en las que la reflexión sobre la emancipación de las mujeres transitaba hacia comienzos del siglo XX: un feminismo "laico y mesocrático representado en gran medida por Amanda Labarca" y un "feminismo aristocrático" representado por Iris (Subercaseaux, Bernardo. "Iris y el feminismo aristocrático". Revista chilena de literatura. Número 92, Abril 2016, p. 283).

En términos amplios, el feminismo aristocrático es identificado con un grupo de mujeres chilenas de clase alta que durante las primeras décadas del siglo XX "participaron, colaboraron o dirigieron revistas y agrupaciones destinadas al fomento de la independencia y autonomía de la mujer, estimulando su interés por la educación, el arte y la cultura, (…) situándose en las antípodas de organizaciones conservadoras como la Liga de las Damas Chilenas" que percibían tanto la cultura moderna como el desarrollo de las mujeres fuera del espacio doméstico como "una amenaza para la moral y las buenas costumbres" (p. 283).

Asociado a revistas como Familia, La revista azul (1914-1916), Silueta (1917-1918), La tribuna ilustrada (1917) y sus colaboradoras, el feminismo aristocrático está vinculado de manera estrecha con una sensibilidad literaria que comenzó a desarrollarse hacia la década de 1910, caracterizada como "espiritualismo de vanguardia".

El espiritualismo de vanguardia -como expresión estética del feminismo aristocrático- ha sido caracterizado por sus temáticas oníricas en las que prima una subjetividad femenina; además, por privilegiar géneros memorialísticos, diarios de vida y de viajes y procedimientos como el de la prosa poética. En este sentido, la espiritualidad o la "vida espiritual" es entendida como "el foco de toda creación y como materia prima del arte" (p. 284).

Si bien Iris es considerada como la principal personalidad de este grupo y, por tanto, como la autora más representativa de la sensibilidad que promovía, otras escritoras han sido asociadas a esta tendencia, como Mariana Cox Méndez (Shade) (1871-1914), Teresa Wilms Montt (1893-1921), María Luisa Fernández de García Huidobro (madre de Vicente Huidobro (1893-1948)), Elvira Santa Cruz Ossa (Roxane) (1886-1960), Luisa Lynch de Gómez, Sara Hübner de Fresno (Magda Sudderman), Wilfrida Buxton (Wini), María Mercedes Vial (Serafia), Esmeralda Zenteno Urízar (Vera Zouroff), Delia Rojas Garcés (Delie Rouge), Trinidad Concha Garmendia (Jimena del Valle), Julia Sáez (Araucana), Laura Jorquera (Aura), Clarisa Polanco (Clary) y las hermanas Carmen y Ximena Morla Lynch (Poblete Alday, Patricia y Rivera Aravena, Carla. "El feminismo aristocrático: violencia simbólica y ruptura soterrada a comienzos del siglo XX". Revista de Historia Social y de las Mentalidades. Número 7, primavera de 2003, p. 71).

La producción de estas escritoras se desarrolló en el contexto artístico de comienzos del siglo XX en Chile, en el que el realismo y el criollismo disputaban el espacio de la representación de la literatura nacional con algunos grupos influidos por las actitudes y estéticas de las vanguardias históricas. Teniendo en cuenta este antecedente, la lectura contemporánea del espiritualismo de vanguardia ha destacado características subversivas de esta tendencia en relación con su "intento de romper con la tradición naturalista y criollista" entonces vigente (Poblete y Rivera, p. 78).

Así, a la representación de un mundo interior, espiritual y subjetivo, que planteaba una diferencia estética visible con las producciones del realismo, se suma la afirmación de lo femenino y su especificidad: "Que en el seno de una sociedad cerrada y patriarcal, como era el Chile de comienzos de siglo XX, haya surgido una literatura escrita por mujeres, significó una ruptura no solo con el criollismo, sino también con una tradición literaria casi exclusivamente masculina" (p. 73).