En el contexto chileno de la década de 1980 convivieron diversas formas, géneros y usos del video. Debido a las transformaciones neoliberales llevadas a cabo durante la dictadura militar que alentaron el giro de la economía del país a partir de la liberalización de las importaciones y la facilitación del consumo y los créditos bancarios, tanto los productores audiovisuales como los sectores medios y altos de la ciudadanía tuvieron mayor acceso a tecnologías de grabación y producción de imágenes (Liñero, Germán. Apuntes para una historia del video en Chile. Santiago: Ocho libros, 2010, p. 27-37).

Tales condiciones fomentaron la realización de una amplia variedad de registros audiovisuales, desde el ámbito de la televisión hasta el ámbito privado; propiciaron la aparición de un mercado específico de películas y grabaciones producidas de manera exclusiva para video, sin distribución en cines o televisión (Garaycochea, Oscar. "El video: coincidencias y desencuentros". Video Autor. Número 1, octubre de 1995, p. 15); e impulsaron el desarrollo de videos documentales que cumplieron funciones específicas en la actividad política de resistencia y en el ámbito del periodismo de oposición, dando testimonio, por un lado, de la represión y violencia estatales y, por otro, planteándose como un medio de información alternativo a la televisión, intervenida por la censura dictatorial, como fue el caso de Teleanálisis.

En el contexto de las movilizaciones sociales, el video fue utilizado para cumplir un conjunto de propósitos que buscaban generar identidad y sentido de pertenencia entre los sectores afectados por la represión y la pobreza, reforzando la idea de la vida comunitaria e incitando al cambio social (Ulloa, Yéssica. El video independiente en Chile. Santiago: CENECA, CENCOSEP, 1985, p. 42-43).

Durante los años ochenta, estos usos informativos, testimoniales, sociales y de registro de la realidad fueron asimilados y reinterpretados por artistas chilenos que hallaron en el video la posibilidad de experimentar con las imágenes electrónicas y su articulación con formas artísticas tradicionales en los nuevos escenarios de la performance y la instalación.

La obra performática Para no morir de hambre en el arte, realizada en 1979 en Santiago por el Colectivo de Acciones de Arte (CADA), fue una de las primeras experiencias registradas en video y, posteriormente, dispuestas en un espacio de exhibición. Asimismo, la obra de Lotty Rosenfeld (1943), Una milla de cruces sobre el pavimento, fue registrada por Ignacio Agüero (1952) en diciembre de 1979 y proyectada en junio de 1980. Durante ese mismo año, Carlos Leppe (1952-2015) llevó a cabo la performance-video Sala de espera y Gonzalo Mezza (1949) realizó en Isla Negra el video Cruz del Sur, que fue expuesto en una instalación en el Museo de Bellas Artes.

En dichas obras, el video era utilizado como una herramienta de registro y, en los espacios de exhibición, como un elemento escultórico (figurado en televisores y pantallas) que se integraba a una obra multidimensional. Su uso específico, en tanto material y herramienta de creación, se produjo de manera paralela y fue consolidándose en el transcurso de las décadas de 1980 y 1990.

Entre las primeras experiencias de videoarte en Chile se cuentan el trabajo de Juan Downey (1940-1993), In the Beginning, registrado durante 1974 y editado en 1976, Historia de la Física (1983), video de diez minutos de duración de Eugenio Dittborn (1943) y la obra colectiva Satelitenis que, con una duración de 33 minutos, se planteó como un video postal realizado entre 1982 y 1984 con envíos y reenvíos por correspondencia entre Eugenio Dittborn, Carlos Flores (1944) y Juan Downey.

En este contexto, otro de los hitos que impulsaron el desarrollo del video en el campo artístico y audiovisual fue la creación del Festival Franco-Chileno de Videoarte, que tuvo once versiones, entre 1981 y 1992, financiadas y organizadas por el Servicio de Extensión Cultural de la Embajada de Francia en Chile. Este festival posibilitó, además de la producción experimental de videos en contextos artísticos, la elaboración de algunos de los primeros videoclips musicales chilenos y la reflexión sobre la especificidad del videoarte, por intermedio de jornadas de diálogo y la publicación de entrevistas y artículos críticos realizados por intelectuales como Nelly Richard (1948), Justo Pastor Mellado (1949) o Néstor Olhagaray (1946-2020) (Liñero, p. 67-108).

Derivadas del impulso que supuso el Festival Franco-Chileno, surgieron distintas instancias y agrupaciones como la Sociedad Chilena de Video, fundada el 15 de julio de 1986 por los nombrados Olhagaray, Mellado y Richard, junto a Magali Meneses (1950), Ignacio Aliaga (1950) y Yéssica Ulloa, o el colectivo La Conexión, creado en 1989 por Dittborn, Mellado, Olhagaray, Meneses y Eugenia Brito (1950).

En la televisión surgieron dos programas culturales que abordaron el videoarte en el contexto chileno de las artes visuales, como fue el caso de Derribando el muro (1983), programa dirigido por Carlos Godoy, que contó con Milan Ivelic y Gaspar Galaz como guionistas, o En torno al video (1984-1990), programa conducido por Carlos Flores que se dedicó de manera exclusiva al video (Jensen, Constanza. Aproximaciones hacia el videoarte: Análisis sobre su génesis, desarrollo y consolidación en Chile (1973-1989). Tesis para optar al Grado de Licenciado en Artes con mención en Teoría e Historia del Arte. Universidad de Chile, Santiago, Abril, 2013, p. 54).

Tras el plebiscito de 1988 y el triunfo de la campaña por el "No", en la que estuvieron involucrados algunos realizadores audiovisuales, Néstor Olhagaray fundó en 1993 la Corporación Chilena de Video y Artes Electrónicas. Esta nueva agrupación recogió el espíritu de la antigua Sociedad Chilena de Video con los objetivos de potenciar la investigación y práctica del videoarte e inscribirlo en el ámbito cultural y museográfico del arte contemporáneo nacional. Ese mismo año de 1993, la Corporación organizó la primera Bienal de Video de Santiago, que hasta 2017 ha realizado trece versiones, en cuyo marco se instauró el Concurso Juan Downey para artistas y realizadores audiovisuales y, en 1995, editó la revista especializada Video Autor (1995-1997).

Minisitio desarrollado en colaboración con la Corporación Chilena de Video y Artes Mediales.