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Directores de la década de los ochenta

A fines de la década de los ochenta y comienzos de los noventa, el teatro chileno experimentó un notable recambio gracias a la irrupción de un importante número de directores y compañías que renovaron el lenguaje teatral vigente. Influidos por corrientes visuales y estéticas originadas en Europa, se caracterizaron por una voluntad compartida de emplear todos los recursos que ofrecía la escena, al margen del texto. Cada uno logró patentar un estilo propio y despercudirse de la tradición fuertemente literaria y realista que hasta entonces dominaba el teatro local. Los más importantes del período fueron Ramón Griffero y la compañía Teatro de Fin de Siglo, Andrés Pérez y el Gran Circo Teatro, Mauricio Celedón y la compañía Teatro del Silencio, Horacio Videla y el grupo Teatro Provisorio, Alfredo Castro y la compañía La Memoria y el colectivo La Troppa.

En relación a su labor como director en ese período, Andrés Pérez señalaría años más tarde en el libro Acto único, directores en escena: "Yo hice lo que hice por necesidad, porque había que hacer teatro callejero e investigar en la dramaturgia callejera, porque no nos llamaban de la televisión y porque en este país estaban ocurriendo cosas que a mí no me gustaban'' (Guerrero, Eduardo. Acto único, directores en escena. Santiago: RIL Editores, 2003.p. 119).

"Nunca hice la escuela de dirección, por así decirlo, sino que me formé en la práctica, algo que me gusta mucho, en todo orden de cosas'' (p. 117).

"A partir de un texto, que para mí es el alimento fundamental, el director le propone al grupo de actores las fronteras espaciales y temporales en las que se moverán. Esa proposición ya es una escritura. Por otra parte, yo diría que los directores somos también traductores de las palabras del autor en el tiempo y en el espacio, con la dificultad que conlleva este ejercicio, que es la posibilidad de transformarse en un traidor'' (p. 118).