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Inmigración de personal doméstico extranjero

Las familias de la elite chilena, a raíz de la consolidación de sus fortunas y de su afán por apartarse de los modos de vida heredados de la Colonia, desarrollaron mayores lazos con Europa, en particular Francia e Inglaterra, a través de viajes y largas estadías en el Viejo Continente. Allí contrataron personal doméstico que viajaba con ellos de vuelta a Chile. Para esto, redactaron contratos que indicaban el tiempo del contrato, el sueldo, las funciones a desarrollar y otros beneficios, como el pago del pasaje de ida y vuelta, el alojamiento, etc. Varios de estos contratos se validaron en los consulados en Europa, ya que cumplían funciones notariales.

Una vez en Chile, el servicio doméstico cumplía una doble función: por una parte, podían actuar como "agente educador", enseñando costumbres y modales de las elites europeas, incluso el idioma, y por otra parte, venían a demostrar el estatus de sus empleadores, insertos en una elite cosmopolita que trataban de igualar.

Los censos entre 1865 y 1920 muestran que si bien se trató de una inmigración acotada, no fue menos importante por el valor simbólico y cultural que adquirió para sus empleadores, tal como se perfila en las memorias de los miembros de la elite. De esta forma, el personal extranjero, tanto en Chile como fuera del territorio nacional, fue percibido como un símbolo de poder social y económico de una familia, pero también de su capacidad para emular las elites europeas en términos culturales.