En los años sesenta se experimentó a escala mundial una serie de cambios que, en Chile, pusieron de relieve el protagonismo de la juventud y de "lo popular", marcando toda la producción artística del momento. La danza, que en nuestro país recién desde 1940 era una actividad institucionalmente reconocida, con academias y cuerpos estables financiados, asimiló estos cambios promoviendo el compromiso de los creadores con la realidad, de manera que dejara de ser vista como una disciplina aristocrática. En este sentido, la "danza independiente" surgió de la necesidad de los jóvenes creadores de liberarse de las restricciones dentro de las instituciones académicas, y al mismo tiempo, de la urgencia ideológica por abrir el espacio social de la actividad.

En 1965, Gaby Concha, Rosita Céliz y Carmen Beuchat, fueron, bajo el nombre de "Trío 65", la primera agrupación reconocida por la prensa como "conjunto de danza independiente". Experimentaron con un lenguaje innovador y trabajaron, aunque brevemente, sin apoyo financiero o institucional. El camino, lo había señalado Joan Turner, quien junto a Alfonso Unanue comenzó en 1964 a impartir talleres para aficionados en Ñuñoa y luego en Las Condes. En 1970 este mismo grupo de aficionados se presentó con el nombre de Ballet Popular, convirtiéndose en uno de los más importantes grupos de danza independiente de esos años por su autonomía económica y administrativa y su activa participación en la campaña presidencial de Salvador Allende, recorriendo plazas y poblaciones y llevando la danza a todo el país.

Luego del golpe militar de 1973, la danza volvió a encerrarse en las academias del Teatro Municipal y de la Universidad de Chile, de donde fueron removidos la mayoría de los coreógrafos y bailarines que adscribieron a la Unidad Popular. La danza, al igual que la mayoría de las expresiones artísticas, experimentó un desplazamiento hacia un lenguaje más abstracto, hacia metáforas menos evidentes. Recién en 1975, tímidamente, reapareció una agrupación que intentó funcionar sin depender de las instituciones intervenidas por el régimen el Teatro Contemporáneo de la Danza, que luego se transformó en la Compañía Vértice.

La danza independiente floreció en medio del apagón cultural. En 1977, Sara Vial formó el Taller de Danzas Antiguas, donde se dedicó a la investigación de la música y danzas del Barroco. Durante este mismo periodo se formó el grupo de danza independiente Danza Ahora, dirigido por Gaby Concha. Ya en la década del ochenta, la escena se vio favorecida con el retorno de creadores como Gregorio Fassler, Hernán Baldrich, Vicky Larraín y Carmen Beuchat, que habían salido del país antes del golpe en busca de horizontes innovadores para su formación como artistas, y que trajeron un importantísimo caudal de conocimiento. Hacia la mitad de la década, también los exiliados Patricio Bunster y Joan Turner pudieron volver, fundando la Compañía Calaucán en Concepción y luego el Centro de Danza Espiral en Santiago. Se constituyó así una escena con encuentros coreográficos y con agrupaciones como la Compañía Andanzas, que entre muchas otras, fueron punto de reunión para la mayoría de los coreógrafos contemporáneos. Durante la década de los noventa destacaron por su labor no sólo como creadores, sino además como impulsores de organismos gremiales, de marcos legales para la educación de la danza, y de publicaciones especializadas que han revitalizado a la danza haciéndola una actividad cada vez más masiva, nombres como Valentina Pavéz, Elizabeth Rodríguez, Isabel Croxatto, Luis Eduardo Araneda y Nelson Avilés, entre muchos otros.