Subir

Cristo de Mayo

El primer aniversario del terremoto, o sea el 13 de mayo de 1648, fue un momento de penitencia para la devastada capital. A medida que se iba acercando la fatídica fecha, los habitantes de la ciudad iban sintiendo también la necesidad de apaciguar las conciencias y de levantar su ánimo deprimido, tanto por el recuerdo de la espantosa catástrofe, como por el temor de que se repitiera otra vez. Fue un período de angustias, descrita con dramatismo por Aurelio Díaz en su obra En plena colonia (1930). El lunes 11 el pánico llegó a su clímax, cuando cerca de las cinco de la tarde se sintió un pequeño temblor. Como los ánimos estaban sobreexcitados, la gente salió a las calles dando gritos de terror. Junto a esto los jesuitas y franciscanos con crucifijos también salieron a exhortar a los vecinos a rogar por la salvación de sus almas y a predicar el perdón de los pecados.

Aun cuando el concepto de teatralidades se ha asociado habitualmente en América Latina a la idea de carnaval y celebración, este tipo de eventos calamitosos, que no tienen connotación festiva, pueden también propiciar puestas en escena espontáneas destinadas a conmover la piedad de Dios. La descripción del padre Olivares nos permite recrear esas dramáticas escenas: "Fue tan grande la emoción, tantas las lágrimas, tan grandes los alaridos y lamentos, tan frecuente las bofetadas y los golpes en el pecho, que era necesario a los predicadores hacer pausas hasta que acabasen de llorar; se mesaban los cabellos, se daban públicamente de bofetadas confesando a voces ser ellos la causa por la cual Dios enviaba tan espantoso castigo... desde entonces muchos hombres y mujeres no usaban sino vestidos de penitentes y ese día también se hicieron muchos matrimonios inesperados".