Subir

escritura a partir de sus viajes

La experiencia del viaje ha sido registrada desde la narrativa, pero también desde la poesía y los géneros referenciales. A comienzos del siglo XX -cuando, según Domingo Melfi, "París era la meta ambicionada" (El viaje literario, p. 77)-, la oportunidad de entrar en contacto con la cultura europea y la admiración hacia ella fueron el acicate que impulsó a muchos escritores e intelectuales a plasmar sus periplos en obras literarias. Ya entrado el siglo XX, los destinos se multiplicaron: de Europa se pasó a Estados Unidos y, con la moda del exotismo, también a los países orientales, para luego -de la mano de un incipiente sentido de rescate identitario- incluir Latinoamérica dentro del itinerario.

Dentro de los primeros escritos de chilenos que relatan su estadía en el extranjero están Diario de un viaje a California (1848-1849), de Vicente Pérez Rosales, y Páginas de mi diario durante tres años de viaje: 1853-1854-1855 (1856) y Correrías (1911) de Benjamín Vicuña Mackenna, ambos destacados intelectuales chilenos que residieron en distintos países del mundo. El primero estudió en Francia y viajó a Estados Unidos durante la Fiebre del Oro, mientras que el segundo, por participar en diversas luchas cívicas, fue exiliado en reiteradas ocasiones hasta que retornó definitivamente a Chile.

En el siglo XIX y comienzos del XX, los chilenos de clase más acomodada con ansias intelectuales peregrinaron a dos ciudades paradigmáticas: Londres y París. Esta última recibió a un importante número de escritores chilenos: Alberto Blest Gana, Joaquín Edwards Bello, Inés Echeverría de Larraín ("Iris"), Juan Emar, Benjamín Subercaseux, Enrique Lihn y, entre otros, Alberto Rojas Jiménez. Este último compartió con la bohemia parisina, arrojado a los trasnoches literarios en medio de condiciones de suma precariedad. Tanto Rojas Jiménez en su libro Chilenos en París, así como Inés Echeverría de Larraín, en Memorias de Iris, dan cuenta de la representación ilustrada y vanguardista que la capital francesa tenía en el imaginario de los intelectuales locales, como si en el aire de sus calles se respirase cultura.

Sin embargo, París no ha sido la única ciudad visitada por escritores chilenos. Nuestros Premios Nobel, Mistral y Neruda, también vivieron también largos años en el extranjero. Gabriela Mistral pasó del Sur magallánico a residir en México, luego en Estados Unidos y en Brasil. Mientras, Pablo Neruda se desempeñó en cargos diplomáticos en Birmania, India, España y Argentina, entre otros países. Estas travesías se reflejan en libros como Gabriela anda por el mundo, Viajes de Pablo Neruda y Pablo Neruda: los caminos del mundo.

Oriente se presenta como un remoto horizonte de búsqueda para algunos escritores, desde Pablo Neruda, tanto en la escritura como en su condición de diplomático, pasando por las crónicas de Salvador Reyes y algunos artículos de Elvira Santa Cruz Ossa. Un lugar relevante es el que ocupan Inés Echeverría, con Hacia el Oriente: Recuerdos de una peregrinación a la Tierra Santa, publicado en forma anónima a comienzos del siglo XX; Amalia Errázuriz de Subercaseaux, con Mis días de peregrinación a Oriente, publicado en la década del treinta, y Mercedes Valdivieso con Ojos de Bambú, publicado el año 1964. El primer caso narra un viaje que le muestra a la autora una tierra desolada. En el segundo, en forma de diario, se narran dos viajes: "Volvía a Tierra Santa como se vuelve á una patria querida con el gusto y el anhelo de encontrar de nuevo lo que se ama y se conoce" (p. 287). Mientras que en el tercero, el viaje despierta una sensación de extrañeza que no soluciona las problemáticas existenciales de la protagonista, quien se traslada a China en medio de la revolución cultural de ese país: "Alguien decía que uno llega a otro sitio, abre la maleta y encuentra de nuevo su propia alma" (p. 25).