Auge de la industria editorial chilena (1930-1950)
Desde fines del siglo XIX y en los primeros decenios del XX, los esfuerzos ilustrados para promover el acceso al conocimiento, asociados al intenso debate por la cuestión de la identidad nacional, repercutieron notoriamente en todos los ámbitos de la sociedad chilena. La apertura de la participación cívica en los procesos públicos, que se cristalizó en la política con la formación del Frente Popular, trajo consigo la aspiración de expandir la educación a todos los sectores sociales.
Los profesionales provenientes de las capas medias tendieron a establecer puentes entre la matriz cultural ilustrada y la popular. Así también la expansión de la educación superior y la movilidad social creó una serie de prácticas -como la asistencia a funciones de teatro, ópera y ballet, la realización de viajes, el interés pronunciado por la lectura- que, aunque continuaban privilegiando la cultura proveniente de los centros de Occidente, no dejaron de fomentar de manera cada vez más pronunciada el rescate de las producciones culturales nacionales.
En el campo específico de la industria editorial, el libro jugó un papel preponderante. Como señala Bernardo Subercaseaux, en la década de 1930, la producción de libros en Chile tuvo una significativa expansión de la mano del nacimiento de grandes editoriales como Zig-Zag o Ercilla. Esta expansión encontró uno de sus detonantes en la crisis económica internacional de 1929 que, al poner obstáculos a la obtención de divisas para la importación de libros, estimuló la producción editorial nacional (La industria editorial y el libro en Chile (1930-1984). Santiago: CENECA, 1984, p. 5). Esta situación se vio intensificada por otros factores como la Guerra Civil Española y la Segunda Guerra Mundial que afectaron la producción editorial europea que nutría las librerías americanas y chilenas.
El auge editorial local se sostuvo hasta la década de 1950, época que coincide con el despegue de las industrias editoriales de Argentina y México.