Amor
El amor y el desamor, con furia y pasión, marcaron la vida y la muerte de Violeta Parra. Desde su infancia se recordaba su atracción por los hermanos Marcos y Pablo Cerón, hijos de un cliente que les compraba ripio y arena en uno de los tantos oficios de su infancia.
A su llegada a Santiago, conoció a uno de los miembros del círculo literario de su hermano Nicanor, su alumno Luis Oyarzún, de quien también quedó prendada. Sin embargo, su primer gran amor fue el ferroviario Luis Cereceda, cliente frecuente del restauran Tordo Azul, donde Violeta, junto con su hermana Hilda, amenizaba las veladas al son de sus guitarras y voces. Con él contrajo matrimonio en 1938 y tuvieron dos hijos: Isabel (1939) y Ángel (1943). Sin embargo, el matrimonio no prosperó: la bohemia y machismo de Pepe (apodo de Cereceda) no pudieron con el genio de Violeta.
En 1949, a poco de terminada su anterior relación, Violeta conoció a Luis Arce, hijo de su "trapera" Amelia Leyton, quien sería su segundo marido desde el año 1950. Con él tuvo dos hijas: Carmen Luisa y Rosita Clara. Esta última murió el año 1954, mientras Violeta se hallaba en gira por Europa. El hecho, más la itinerancia de la artista, terminaron rompiendo su segundo matrimonio.
Durante su estadía en París, en 1956, tuvo un idilio con el joven español Paco Ruz, a quien incluso le regaló su guitarra antes de volver a Chile; en 1958, mientras trabaja para la Universidad de Concepción, entabló amistad con el pintor Julio Escámez; y en 1960, para su cumpleaños número 43, conoció a quien sería su último y gran amor, el suizo Gilbert Favre.
El gringo o El chino, como lo llamaba Violeta, fue su pasión en sus últimos años. Llegó a Chile participando de un proyecto antropológico interesado en el folclor nacional, instancia que lo condujo a conocer a Violeta. Los 18 años de diferencia no fueron obstáculo para la pasión de la artista. Su vida giró en torno a él hasta la separación definitiva, cuando a fines de diciembre de 1965 Gilbert se fue del lado de Violeta, para instalarse en Bolivia y fundar el grupo Los Jairas. La amistad del músico uruguayo Alberto Zapicán, en algo la ayudó a resistir ese amor perdido. Pero la pasión fue mayor. Luego de infructuosos intentos de la compositora por recuperar su amor, con viajes a Bolivia y bellas y dolorosas composiciones alusivas, Violeta finalmente se resignó.