Quinchamalí

A 32 kilómetros al sureste de Chillán se encuentra el pequeño pueblo de Quinchamalí, cuna de las loceras chillanejas y uno de los más importantes centros populares de producción cerámica de nuestro país. Al parecer, esta tradición alfarera tiene sus orígenes en los tiempos coloniales, cuando los indígenas mapuches y pehuenches reducidos en esta localidad confeccionaban piezas de cerámica con fines utilitarios. Sin embargo, es sólo a partir del siglo XX cuando se comienzan a vender en sus mercados estas figuras de cerámica tan particulares que se caracterizan por su inconfundible color negro y por sus elementos decorativos blancos incisos de hojas y flores, y geométricos.
Para confeccionar estas piezas se combinan varios tipos de greda: una gruesa y una más fina de color amarillo con arena volcánica. Una vez moldeadas las figuras sin uso de torno, se orean las piezas para luego ser cocidas a fuego y posteriormente enfriadas. Los dibujos se realizan con una aguja o una espina y luego se le aplica un embadurnado de materias grasas, lo que le confiere la brillantez a la pieza. El color negro oscuro se obtiene poniendo el objeto ardiente sobre guano húmedo de animales. Al quemarse el guano produce un humo negro que quema la greda y la tiñe. Finalmente, una vez enfriada, se aplica el color blanco en las incisiones hechas con anterioridad.
Entre una serie de artefactos utilitarios como jarros, ollas, tazas, fuentes, platos y elementos decorativos, podemos encontrar varias miniaturas y otras piezas zoomorfas y antropoformas, como la guitarrera y el jarro-pato, inspirado en aquel producido por la cultura diaguita.
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