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Polémica en torno a la publicación de Azul… (1888)

En 1888, cuando Azul… de Rubén Darío (1867-1916) fue publicado en Valparaíso, pasó "casi" inadvertido, "encontrando apenas desmayados ecos". En octubre de ese año, Juan Valera (1824-1905) envió a la sección "Los Lunes" del periódico El Liberal de Madrid una carta que sirvió "para que se le reconociese a Azul la importancia que de sobra merecía" (Donoso, Armando. "Rubén Darío en Chile". En Darío, Rubén. Obras de juventud de Rubén Darío. Santiago: Editorial Nascimento, 1927, p. 96).

Antes de la carta de Valera, durante agosto y septiembre de 1888, "en medio de la indiferencia con que fue acogido Azul", Manuel Rodríguez Mendoza (1859-1909) y Eduardo de la Barra (1839-1900) discutieron en las páginas de los periódicos chilenos La Tribuna, El Heraldo y La Época, acerca del prólogo a la primera edición del libro, escrito por de la Barra, en el que "si bien es cierto que abundaban los elogios para el poeta, aparecían también las intencionadas reservas sobre las tendencias contemporáneas del arte francés, que por ese entonces sustentaban parnasianos y neorrománticos" (Donoso, p. 97-98).

En este debate, ambos intelectuales "defendieron sus puntos de vista en una serie de artículos polémicos cuyos planteamientos anticiparon las posiciones favorables o adversas que más tarde adoptaría la crítica ante el Modernismo" (Oelker, Dieter. "El modernismo en Chile". Muñoz, Luis y Oelker, Dieter. Diccionario de movimientos y grupos literarios chilenos. Concepción: Universidad de Concepción, 1993, p. 74).

En su prólogo a Azul…, Eduardo de la Barra se refirió a Darío como un poeta de "exquisito temperamento artístico que anuda el vigor a la gracia; de gusto fino y delicado, casi diría aristocrático; neurótico y por lo mismo original; lleno de fosforescencias súbitas, de novedades y sorpresas; con la cabeza poblada de aladas fantasías, quimeras y ensueños, y el corazón ávido de amor, siempre abierto a la esperanza" (De la Barra, Eduardo. "Prólogo". Azul…. Valparaíso: Imprenta y Litografía Excelsior, 1888, p. III-IV).

A pesar de estos elogios, indicó que el poeta presentaba dos elementos "flacos". El primero relacionado con su estilo, pues "esmalta y enflora demasiado sus bellísimos conceptos, abusa del colorete, del polvo de oro, de las perlas irisadas, de los abejeos azules... y sin necesidad; mientras más sobrio de luces y colores, más natural y es más encantador" (De la Barra, p. IX).

El segundo elemento que "flaqueaba" en Darío hacía referencia a las preferencias literarias del autor que influían en su escritura: "Darío adora a Víctor Hugo y también a Cátulo Mendes. Junto al gran anciano, leader un día de los románticos, coloca en su afecto a la secta moderna de los simbolistas y decadentes, esos idólatras del espejo en la frase, de la palabra relumbrosa y de las aliteraciones bizantinas" (De la Barra, p. IX).

A fines de agosto de 1888, Rodríguez Mendoza publicó en La Tribuna el primero de una serie de artículos en los que contestó la crítica que hizo Eduardo de la Barra. Especialmente, cuestionó las "observaciones que aproximan a Rubén Darío a los 'poetas narcóticos y drogadictos', parnasianos o decadentes, seguramente con el propósito de 'defender a su amigo centroamericano, más que del concepto artístico, de la idea popular que condenaba el modo de vida à rebours, en perpetuo desafío social, de estos escritores" (Oelker, p. 75). En estos años, referirse a un escritor como "decadente" era un "mote peligroso y derogativo, como hacia 1900 lo era el de modernista" (Loveluck, Juan citado en Oelker, p. 75).

Con el seudónimo "El Dragón Azul", Eduardo de la Barra reaccionó a los textos de Rodríguez Mendoza por medio de una serie de artículos publicados en El Heraldo de Valparaíso durante la segunda quincena de septiembre de 1888.