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Oradores chilenos: retratos parlamentarios (1860)

Tiempo hacía que pensaba formar una galería parlamentaria en la que se registrasen nuestros primeros oradores, y aguardaba a que llegase una época tranquila y favorable para emprender mi trabajo; pero hoy día es necesario que nos apresuremos a terminar nuestras obras, pues no somos tan felices que podamos contar de seguro con el día de mañana: los extraños acontecimientos políticos que periódicamente se suceden, nos ordenan vivir muy aprisa

(Torres, José Antonio. Oradores chilenos, 1860, p. III)

Oradores chilenos de José Antonio Torres presenta una serie de análisis en detalle de la oratoria de dieciséis políticos chilenos: Mariano Egaña, Manuel Montt, Antonio Varas, Manuel Antonio Tocornal, José Victorino Lastarria, Francisco Bilbao, entre ellos; además de un conjunto de escritos breves que tenían el propósito de presentar un "diseño" de la figura de otros oradores, como Marcial González, Federico Errázuriz y Guillermo Matta, "que prometen con el tiempo ocupar como tales un puesto distinguido" (Oradores chilenos. Santiago: Imprenta de la opinión, 1860, p. 161).

Según indica el mismo Torres, estos retratos, que tuvieron la intención de formar una "galería parlamentaria", fueron escritos procurando la imparcialidad en la exposición de hechos y opiniones. En este sentido, destaca el retrato realizado sobre la figura de Manuel Montt, ya que, a raíz del estado de sitio declarado por su Gobierno hacia fines de 1858, Torres fue apresado y condenado a pasar un tiempo indefinido en la colonia de Magallanes: "Si como periodista, en el terreno de la política, he combatido amargamente el gobierno de don Manuel Montt y los principios y tendencias de don Antonio Varas, al tenerlos que juzgar como oradores me he desprendido de todo resentimiento y he dado al César lo que es del César" (p. IV).

Para realizar su análisis, Torres acudió a la citación de diferentes discursos del expresidente, entre ellos, los discursos de las discusiones sobre la ley de imprenta de 1846, la instrucción primaria y la propuesta de cese de las contribuciones de la Cámara de diputados.

A partir de este último discurso, Torres criticó el carácter autoritario de Montt, sin dejar de subrayar la "táctica parlamentaria" de un "enemigo de las metáforas": "Nunca las emplea y sin andarse con rodeos y circunloquios va derecho al punto en cuestión. No da ninguna importancia a los incidentes y cree que lejos de reportar provecho embarazan el debate. Su argumentación es fría y descarnada si bien razonada y lógica, convence casi siempre pero rara vez conmueve" (p. 17).

Reconociendo el talento retórico, la "lógica vigorosa", su "claridad de miras" y la elocuencia de un político contrario a su pensamiento ideológico, Torres, finalmente, lamentó que ese gran poder retórico de Montt no estuviese del lado de las ideas liberales: "Si los talentos de don Manuel Montt se hubiesen empleado en las reformas que tanto necesita el país y en injerir en nuestro sistema de gobierno los principios liberales, ¡cuán próspera y feliz no sería la situación de la República! El señor Montt es pelucón. Neto y puro, y, él mismo lo ha dicho, si llegara un día en que desapareciera todo su partido, él tendría a orgullo ser el solo pelucón que existiera en el país" (p. 27).