Sonetos de Pedro Prado
En 1934, Pedro Prado publicó su poemario Camino de las horas, libro con que, para los investigadores de su obra, inició la última etapa de su producción, caracterizada por el empleo de un esquema métrico fijo: el soneto. Luego de este texto, aparecieron Otoño en las dunas (1940), Esta bella ciudad envenenada (1945) y No más que una rosa (1945). Con motivo de la obtención del Premio Nacional de Literatura, Raúl Silva Castro (1903-1970) publicó, en 1949, la antología Las estancias del amor, con "los mejores sonetos de estos libros" y algunos inéditos del autor (Arriagada Augier, Julio y Goldsack, Hugo. Pedro Prado, un clásico de América. Santiago de Chile: Revista Atenea, 1952, p. 93-94).
Respecto a este último periodo de producción, las opiniones de los estudiosos de su obra han sido dispares. Por ejemplo, Roque Esteban Scarpa (1914-1995) consideró que en estos libros "Pedro Prado ha sabido renovar su poesía partiendo del único principio justo: la poesía es la expresión de un alma que vive el mundo, y en el alma hay que trabajar para que la forma sea perfecta y original. Por eso es un poeta en plena superación, cuando muchos de generaciones posteriores solo repiten y se repiten" (Scarpa, Roque Esteban, citado en Arriagada y Goldsack, p. 93-94).
En una vereda opuesta a la apreciación de Scarpa, Bernardo Cruz (1904-1957) indicó que con estos libros de Prado podía distinguirse a dos autores en su trayectoria: el primero, "un poeta puro, elegante y típicamente clásico en la honrosa acepción del adjetivo" y, el segundo, "un rimador de estados psicológicos, que recuerda en parte a Unamuno y en todo a González Martínez, el erudito mexicano de pesadas metafísicas". Acusó un exceso de confianza de Prado en la rima al emplear el esquema del soneto: "La rima es su bella dictadora; una especie de ácido que disuelve sus imágenes, unos como amasijos que alargan o comprimen su masa de contenido. Jaqueca lírica. Prado, en suma, en algo más de la mitad de sus poemas, no es sino lógica rimada, metafísica sonora, sintaxis retorcida y recargo de penumbras. Lo llaman delicado artífice del soneto, pero… cuidado, que el soneto, o nace entero de un soplo inspirado o cae en retórica menuda. ¡Ay del que trabaja en frío tan precioso metal!" (Cruz, Bernardo, citado en Arriagada Augier y Goldsack, p. 95-96).
Si bien con el libro Camino de las horas Prado dio comienzo a este periodo en que empleó el esquema del soneto, Alone (1891-1984) mencionó que luego de un episodio de la vida del autor, se evidenció un cambio en su obra, en el que su poesía se orientó hacia el motivo amoroso, a partir de El otoño en las dunas, prolongándose en Esta bella ciudad envenenada y No más que una rosa.
En 1935, Prado realizó un viaje con un grupo de periodistas, escritores y parlamentarios a la pampa salitrera, promovido por Alejandro Rengifo Reyes. Entre sus acompañantes se hallaron Guillermo Labarca (1878-1954), Augusto D'Halmar (1882-1950), Raúl Silva Castro, Eduardo Moore (1875-1941), Jenaro Prieto (1889-1946) y Luis Durand (1895-1954). Durante este viaje, Prado conoció a una joven noruega de quien se habría enamorado (Massone, Juan Antonio. "Poesía y anécdota de Pedro Prado (1886-1952)". Literatura y Lingüística. Número 5, 1992 p. 82-83). Para Alone, quien enlaza esta experiencia con la producción del autor, Pedro Prado, "por espacio de mucho tiempo, durante años, vivió en un estado de semiéxtasis sentimental, perseguido por la obsesión de cometer una locura". Sin embargo, "el deslumbramiento de la pampa desierta repercutió prolongadamente en la obra de Prado, dando origen a una sucesión de sonetos amorosos, a la manera clásica y cuajados de reminiscencias sentimentales, en los que puso mucha ilusión al final de su vida; pero que no poseen, entre sus méritos y pese a la belleza platónica de la inspiración, la fresca flexibilidad de sus prosas juveniles" (Alone. "Pedro Prado". Los cuatro grandes de la literatura chilena durante el siglo XX. Santiago: Zig-Zag, 1962, p. 95).
En relación con la lectura de los "sonetos amorosos" que mencionó Alone, para Carmen Balart e Irma Césped, en estos: "El amor absoluto nunca es alcanzado, la unidad consigo mismo y con la totalidad se visualiza siempre lejana, la perfecta comunicación con el otro resulta imposible". En el caso específico de Esta bella ciudad envenenada, se simboliza en una figura femenina el significado de la existencia: "La mujer es presencia del signo y del sentido, y, por lo tanto, sin palabras mediadoras, con su mirada entrega la visión global. No aparece en su singularidad, sino genéricamente. Es arquetípica, sutil, aérea, leve; a su paso, deja honda huella: turba el alma 'por la vida entera'" (Balart, Carmen y Césped, Irma. "Pedro Prado, escritor chileno, Premio Nacional de Literatura". Contextos. Estudios de Humanidades y Ciencias Sociales. Número 19, 2008, p. 228-229).
Juan Antonio Massone también se refirió al aspecto amoroso en este libro, pero desde la visión dolorida del sentir del hablante en relación con el ambiente de la "ciudad": "Entre rebeldía y aceptación, la atmósfera de esta ciudad congenia con los rótulos de sus breves secciones: nostalgia, encarnación, sublimación, tragedia, olvido, soledad, revelación e imago. El vigor del espectro amoroso es vertebral. El hombrepoeta, escogido como víctima por el dios Amor, porta un designio inapelable: la extrañeza de no ser rebeldía ni tampoco resignación, sino el desconcertante flujo de memorias que lo obseden" (Massone, p. 88-89).