Poetas de la década de 1980
A pesar de las circunstancias históricas en que le tocó desarrollarse -o precisamente a causa de estas circunstancias-, la poesía de la década de 1980 no sólo fue prolífica en obras, sino también en nombres que han abierto caminos nuevos para la lírica chilena.
De estos tiempos provienen las voces de Clemente Riedemann, Carlos Alberto Trujillo -Escrito sobre un balancín (1979)- y Elicura Chihuailaf -De sueños azules y contrasueños (1995)-, que construyen una poética desde el sur y -en el caso de Chihuailaf - desde el pueblo mapuche; toma forma también la corriente neovanguardista, o de avanzada, con nombres como los de Juan Luis Martínez, Raúl Zurita, Diego Maquieira y Soledad Fariña -El primer libro (1985)-, quien también se inscribe dentro de la aparición de una potente promoción de poetas mujeres, como Eugenia Brito -Vía pública (1984)-, Teresa Calderón -Causas perdidas (1984)-, Elvira Hernández -La Bandera de Chile (1991)- y Alejandra Basualto -El agua que me cerca (1983)-.
Surgen también voces que, desde distintos flancos, han realizado importantes aportes a la poesía chilena, como Tomás Harris, Rodrigo Lira, Armando Rubio -Ciudadano (1983)-, Eduardo Llanos -Contradiccionario (1983)-, José María Memet -Bajo amenaza (1979)-, Alexis Figueroa -Vírgenes del sol inn cabaret: vien benidos a la máquina welcome to the tv (1986)- y Jorge Montealegre, por mencionar a algunos de los integrantes de esta heterodoxa generación, que produjeron sus primeras obras bajo el signo de la diáspora y la desesperanza.
También en estos años aparecen Louis XIV (198-), de Paulo de Jolly, Graves, leves y fuera de peligro (1987), de Jorge Torres, y Gracias por la atención dispensada (1986), de Erick Pohlhammer.