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Tempranas discusiones

El tipo y calidad de la educación que recibían las mujeres en el Chile del siglo XIX fue una preocupación que no sólo estuvo alojada en los debates político-doctrinarios que protagonizaron los grupos de parlamentarios liberales y conservadores. También fue una causa seguida, de manera entusiasta, por personas ligadas al ámbito de la educación y el feminismo, que defendieron la igualdad de capacidades y de derechos entre hombres y mujeres para cursar estudios superiores. En este plano destacaron en el siglo XIX, mujeres como Martina Barros de Orrego y las educadoras Isabel Lebrún de Pinochet y Antonia Tarragó. Las dos últimas fueron directoras de escuelas secundarias femeninas particulares de Santiago, y se recuerdan por sus reiteradas solicitudes al gobierno para que las alumnas pudieran dar exámenes válidos y así ingresar a la universidad, lo que finalmente fue realidad en 1877. En el siglo XX, una de las más fervientes propulsoras de la educación femenina fue Amanda Labarca.

Discursos y textos que impulsaban la educación femenina, editados hacia fines del siglo XIX, argumentaban que ésta sería una herramienta útil para que las mujeres una vez convertidas en madres, otorgaran una mejor instrucción a sus hijos, los futuros ciudadanos. Se trataba de una educación que estimulando el cultivo del uso de la razón entre las mujeres, no debía descuidar el refuerzo de la espiritualidad y de las responsabilidades domésticas que se les consideraban propias y de naturaleza específica a su sexo. En consonancia con lo anterior, se promovió tempranamente durante el siglo XX que las mujeres eligieran aquellas carreras universitarias más favorables al desarrollo de las cualidades que se creían intrínsecamente femeninas - identificadas como el espíritu de servicio, la paciencia, el cuidado maternal - carreras a las que también se les denominaba "profesiones femeninas" y que, en su mayoría, estaban ligadas al ámbito sanitario o de la docencia.