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Auge económico

El primer gobierno de Ibáñez se caracterizó por una gran prosperidad económica, hasta mediados de 1930. El repunte de los precios del salitre, la instalación de la gran minería del cobre del cobre en el norte del país y el buen manejo de las finanzas públicas y la afluencia de créditos desde el sistema financiero internacional, permitieron al gobierno realizar una gran cantidad de obras públicas. El gasto fiscal aumentó considerablemente y ayudó a financiar carreteras, aeropuertos, prisiones, obras portuarias, ferrocarriles y otro tipo de obras públicas. En el ámbito financiero, se crearon dos bancos de fomento: la caja de Crédito Agrario y la Caja de Crédito Minero, concebidos para beneficiar a los pequeños agricultores y a operaciones mineras de escala menor o media. El nuevo Instituto de Crédito Industrial, que extendía créditos al sector manufacturero con fondos del gobierno, se combinó con un aumento de las tarifas de importación de los productos que competían con la producción nacional, así como la rebaja arancelaria de maquinarias y materias primas necesarias para la industria. Todo ello hizo aumentar velozmente la producción y el país entró en un período de bonanza económica.

En el aspecto institucional, el gobierno de Ibáñez introdujo importantes reformas. La administración pública fue racionalizada y se creó la Contraloría General de la República (1927), ente fiscalizador de la burocracia estatal y de la constitucionalidad de las medidas tomadas por el gobierno. Asimismo, Ibáñez creó el Cuerpo de Carabineros de chile, que reunió las distintas policías urbanas con el Regimiento de Carabineros que se había creado en 1906. Las Fuerzas Armadas fueron modernizadas y se creó la Fuerza Aérea de Chile.

El trasfondo de la prosperidad general que alcanzó el país entre 1927 y 1930, fue el enorme aumento de la deuda externa y la mantención de un tipo de cambio basado en el patrón oro que hicieron que la economía no soportara la crisis económica internacional que comenzó en 1929. Dos años después, las exportaciones habían disminuido en un 64%, la producción salitrera se derrumbó definitivamente ante la caída global de los precios, el déficit fiscal se volvió completamente inmanejable, las reservas de oro se redujeron a su mínima expresión y todas las maniobras del gobierno para sortear la crisis se volvieron inútiles. De hecho, el país fue el más afectado de toda América Latina por la gran crisis económica mundial, y en julio de 1931 Ibáñez renunció ante la presión de gran parte del país y tomó el rumbo del exilio.