carte de visite

La carte de visite nació en Francia, como respuesta a la creciente demanda de retratos de la sociedad metropolitana decimonónica. Fue el fotógrafo André Adolphe Disderi (1819-1890) quien en 1854 patentó el procedimiento para realizar diez fotografías a partir de un único negativo, técnica que implicó la reducción en un 90% del precio de cada impresión fotográfica. Su cámara estaba dotada de varios objetivos (6, 8 y hasta 12 en algunos casos), lo que permitía impresionar en una misma placa de 21,6x16,5 cm, hasta 12 pequeñas fotografías, donde antes cabía una única imagen. Los retratos -de aproximadamente 7 cm de alto por 5 cm de ancho- se pegaban en cartulinas rígidas de 10x6 cm, las que llevaban registrados el nombre y la dirección del estudio fotográfico. El burgués podía llevarse varios pequeños retratos al precio de una única placa, los que firmaba e inscribía con sus datos personales, para finalmente repartirlos entre personas de su círculo social, al modo de las tarjetas de presentación personal actuales.
Este formato llegó a nuestro país a través de Francisco Rosales, quien trajo a Chile su retrato en forma de carte de visite, como se estilaba en Europa. Este hecho motivó a los fotógrafos santiaguinos a hacer retratos "iguales a los de París", en perjuicio de la popularidad del daguerrotipo (Rodríguez Villegas, Hernán. Historia de la fotografía. Fotógrafos en Chile durante el siglo XIX. Chile: Centro Nacional del Patrimonio Fotográfico, 2001, p. 59). La fotografía se difundió rápidamente entre la burguesía y las clases acomodadas, pero pronto quedó también al alcance de los sectores medios, quienes hicieron de ella un instrumento de comunicación y de cohesión social. Según Juan Carlos Rubio Fernández, "las tarjetas de visita son (...) la expresión directa del esfuerzo de la personalidad por afirmarse y adquirir conciencia de sí misma. Bien escenificado, el retrato da fe del éxito; manifiesta la posición social. El burgués se ha obsesionado con el papel del héroe fundador y, lejos de la pretensión antigua y aristocrática de inscribirse en el árbol genealógico, prefiere crear una nueva estirpe inaugurada por él mismo y su prestigio personal".
Las tarjetas de visita supusieron además el nacimiento de los álbumes fotográficos, producto de la afición por coleccionar retratos de familiares y de amigos. Estos auténticos árboles genealógicos fotográficos se convirtieron en un polo aglutinador del clan familiar, cristalización de la memoria dispersa y factor de cohesión simbólica del grupo.
Finalmente, la incorporación a los álbumes domésticos de retratos de personajes de la política y el espectáculo -disponibles en comercios especializados-, sentó un precedente para el culto a la personalidad pública, tal como lo conocemos en las sociedades de masas contemporáneas: como el consumo y la apropiación de una imagen erigida por los medios de comunicación.
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