Higiene en los colegios fiscales
La impresión de los doctores de la época fue que los hábitos de higiene y el modo de vivir medio salvaje, sin ninguna noción de higiene y salud, apresuraron la muerte de las clases populares. A los ojos médicos la ignorancia de la higiene se presentó como el elemento fundamental para explicar y comprender la mortalidad generalizada. Dávila Boza planteó, sin ninguna exageración a su juicio, que "si hubiéramos de resumir en una sola todas las causas de su excesiva mortalidad diríamos sin vacilar que esta causa es la ignorancia supina de nuestro pueblo en materia de higiene". Un intento por suplir estas deficiencias fue la difusión, enseñanza e investigación de las normas de higiene como vehículo para liberar a los seres humanos de una muerte prematura. Muchos médicos pensaron que así solucionarían el problema de la muerte y la enfermedad. En este sentido, se elaboraron libros, cátedras y programas educativos tendientes a implementar la enseñanza de la higiene en la escuela. Pero todos los adelantos fueron paulatinos. En 1872 se aprobó el decreto de enseñanza de la higiene en las escuelas, pero la preparación y los conocimientos previos que se requerían para su implementación sólo fueron conocidos por una elite. Por ello, en 1884, Isaac Ugarte reconoció que la enseñanza de la higiene en Chile fue "más que imperfecta, ridícula y bochornosa". Es que, además de las deficiencias de su puesta en marcha, la enseñanza de la higiene tuvo también un componente moral que no aceptó hábitos inveterados en la memoria nacional como el alcoholismo y la prostitución. En suma, la idea fue instruir al pueblo, educarlo, levantar su espíritu y hacerle comprender el bien de una vida sana y la influencia fatal de los vicios en la morbilidad y en la muerte prematura.