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Observaciones sobre el cerebro de los criminales (1880)

En 1880, Augusto Orrego Luco (1848-1930), en su calidad de doctor y examinador forense, presentó la conferencia "Observaciones sobre el cerebro de los criminales" en la Academia de Bellas Letras, la que luego fue dada a conocer en la Revista Chilena (1875-1880). Este mismo año publicó en la Revista Médica de Chile el artículo "Notas sobre el cerebro de los criminales", en el que presentó una parte de la conferencia.

Unos años antes de la aparición de dichos textos, Orrego Luco había iniciado su trabajo como médico y docente. Desde 1874 fue profesor de la cátedra de Anatomía y luego viajó a París, Francia, a realizar una especialización en esta área con Jean Martin Charcot (1825-1893) y a Alemania, para aprender de Wilhelm Erb (1840-1921) (Escobar, Enrique. "Las publicaciones psiquiátricas nacionales y sus autores en 150 años de la especialidad: los primeros cincuenta años (1852-1902)". Revista Chilena de Neuropsiquiatría. Volumen 52, número 4, 2014, p. 277).

Respecto del horizonte científico del tiempo, según Eduardo Muñoz, luego del "fracaso de la escuela frenológica, que intentaba localizar en el cerebro los órganos encargados de las diversas funciones motoras y psicológicas de los individuos, el nuevo estudio de los cuerpos, la exploración anatómica y la experimentación" volvieron a "abrir las interrogantes en torno a este tema, por lo que los médicos de la época se concentraron en localizar en los individuos toda clase de anormalidades fisiológicas y tratar de relacionarlas con las conductas morales, psicológicas comportamentales de los individuos estudiados. Para ello se apoyaron en la anátomo patología" (Muñoz, Eduardo. Endemoniadas, Locas y Criminales: Representaciones y Ordenamiento Social de las mujeres desde el paradigma psiquiátrico. Chile 1852-1928. Tesis para optar al grado de Licenciado en Historia, Universidad de Chile, 2012, p. 97).

A propósito de este horizonte científico, Orrego Luco indicó en "Observaciones sobre el cerebro de los criminales" que numerosas investigaciones del momento estaban orientadas al estudio de la "conformación especial de los cráneos de los grandes criminales" (Orrego Luco, Augusto. "Observaciones sobre el cerebro de los criminales". Revista Chilena. Tomo 16, 1880, p. 497). Entre estas, dio a conocer distintas propuestas de científicos europeos anatomistas, como el inglés Henry Maudsley (1825-1918) y los franceses Arthur Bordier (1841-1910) y Jean-Martin Charcot.

En particular, Orrego Luco se detuvo en los hallazgos del neuropsiquiatra austrohúngaro Moritz Benedikt (1835-1920). El autor chileno explicó -utilizando el léxico de la época- que, a partir de sus investigaciones médico-forenses, Benedikt "llamó la atención a una disposición cerebral que había encontrado en grandes criminales: señaló la presencia de cuatro circunvoluciones frontales en asesinos condenados a muerte, cuya autopsia había hecho con cuidado" (Orrego Luco, p. 497).

Según la perspectiva de Benedikt, la moral o "el sentido moral" era concebido "como un órgano sensorial, el cual permitía a los individuos percibir lo correcto e incorrecto como se hace con los estímulos visuales". Es decir, a partir de la puesta en relación entre una particularidad anatómica (considerada como anormalidad o producto de la falta de desarrollo) y una conducta calificada como inmoral, Benedikt afirmó la "existencia de una disposición neuropatológica que predispone a los criminales a cometer crímenes de sangre" (Palacios, Cristián. "El Siete Lenguas. En busca del tipo criminal chileno". En Palacios, Cristián y Leyton, César. Industria del delito. Historia de las ciencias criminológicas en Chile. Santiago de Chile: Ocho Libros - Museo Nacional de Odontología, Facultad de Odontología, Universidad de Chile, 2014, p. 55).

Si bien Orrego Luco siguió estos postulados que vinculaban criminalidad y características anatómicas, como lo manifestó en su revisión del caso de "un hombre conocido en las prisiones con el apodo de Siete lenguas" (Orrego Luco, p. 498), con posterioridad, en su libro La cuestión social (1884), reconoció que "el comportamiento criminal habitual es producto y causa de la marginalidad urbana, miseria y hambruna. Las influencias sociales, el adverso medio ambiente, bajos salarios y altos precios en la alimentación, serán percibidos por él como las principales causas de la criminalidad" (Palacios, p. 58).