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Modernidad

El pensamiento cartesiano, denominado así en honor al célebre René Descartes y su famosa frase "pienso, luego existo", fue el gran inaugurador de la denominada subjetividad moderna. En efecto, este paradigma constituye la base que dio origen a un tipo de racionalidad que, al cuestionar la fuente de los saberes, introdujo una suerte de suspensión de la relación con el mundo y el inicio de una experiencia desafectiva con el mismo. Sin embargo, esta "escenografía histórica", como denomina Pablo Oyarzún al panorama constitutivo y situacional de la época moderna (en su libro La Desazón de lo Moderno: problemas de la modernidad), se ha caracterizado por imprimir una huella tensional en la configuración del tipo de racionalidad que la fundamenta. Es decir, de una racionalidad sustentada en la duda cartesiana pero también sustentada en la crítica a la razón kantiana y en la negatividad particular presentada por el pensamiento hegeliano. La escenografía de la racionalidad moderna pone en obra de un modo representacional, cada una de las anteriores y las articula también de una manera particular.

La modernidad supone una ruptura entre el sujeto que racionaliza al mundo y la experiencia, que no es inmediata, sino que depende siempre del sujeto que la conceptualiza. Desde este punto de vista, no ha resultado ser casual la particular inclinación de esta época por los problemas del conocimiento, por los distintos modos de proceder y las posibles facultades del entendimiento que operan ante los objetos que se le ofrecen. En parte, a ello apela la filósofa chilena Carla Cordua en su libro Mundo, hombre, historia: de la filosofía moderna a la contemporánea, al tematizar los radicales aportes del pensamiento cartesiano y kantiano.

Los filósofos chilenos Pablo Oyarzún y Sergio Rojas han trabajado este problema desde la óptica la filosofía de la historia y la filosofía del arte. Para ellos, la modernidad no sólo ha implicado la consumación en la historia del animal rationale, sino también la consumación crítica de la individualidad occidental. En efecto, la filosofía del sujeto, prefigurada por el pensamiento cartesiano al valorar los procesos representacionales de la autoconciencia, es decir, al valorar el trabajo del sujeto, del yo que piensa al mundo, lo construye y lo habita, se afana en introducir la noción de que no existe experiencia inmediata del mundo. Esto implicaría establecer desde ya una brecha entre el hombre y el mundo. A ello en parte refiere Sergio Rojas en su texto Sobre el concepto de Neobarroco, al examinar uno de los fundamentos constitutivos o referenciales en torno a los cuales se configura el movimiento artístico enunciado. A ello se refiere también Pablo Oyarzún en algunas de sus más importantes obras en torno a las particulares nuevas relaciones sostenidas entre el arte moderno-contemporáneo y los aparentes fundamentos estéticos y ontológicos sobre los que descansan las nuevas expresiones artísticas, así como de las consecuentes críticas y rupturas frente a dichos fundamentos.

La Modernidad y sus consecuencias no sólo ha sido tema de reflexión por parte del pensamiento europeo, sino también latinoamericano y principalmente chileno. En la actualidad, la filosofía en Chile se ha hecho cargo de aquéllas, a través de sus diversas orientaciones y áreas disciplinarias, a partir de la labor de hombres como Pablo Oyarzún, Sergio Rojas, Martín Hopenhayn y Willy Thayer. Pero también a partir de los aportes de Carla Cordua y Marcos García de la Huerta, entre otros.