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Inquilino

El origen de los inquilinos en el valle central no fue el fin de la encomienda, como generalmente lo sostuvo la historiografía a partir de las indagaciones realizadas por Claudio Gay. Mario Góngora demuestra que su origen es de larga data y se remonta al siglo XVII, en el cual se definieron los estratos fundamentales de la sociedad chilena. El historiador señala que, lentamente en el curso de ese siglo, fue tomando forma un nuevo estrato: el de los españoles pobres, generalmente mestizos. En el contexto de las grandes mercedes de tierras del período de conquista, la falta de valor del suelo dio lugar a un sistema de tenencia gratuita o semigratuita, particularmente en los extremos de las propiedades. Esta posesión era tolerada por los estancieros y útil para ellos desde el punto de vista de la seguridad jurídica y territorial. Los lazos personales de todo orden fueron decisivos en la constitución de tales préstamos. Del uso gratuito se pasó al uso con deberes como la custodia de linderos y la asistencia a rodeos. La valorización de la tierra en el siglo XVIII significó más deberes como la conducción de productos a las ciudades y el aporte con peones a las faenas agrícolas. A fines del siglo XVIII, cayó en desuso el término arrendatario y se especializó el nombre de inquilino. En suma, precisa Góngora, las tenencias rurales, ya sean préstamo, arriendo o inquilinaje, nada tuvieron que ver con la encomienda ni con las instituciones de la conquista. Procedieron del segundo momento de la historia colonial, en que se estratificaron hacia arriba, los terratenientes, hacia abajo los españoles pobres y los diversos tipos de mestizajes y castas. Esta estratificación se consolidó crecientemente en el siglo XIX y en la misma proporción intensificó los deberes de los inquilinos. Así, el tránsito de la ocupación pastoril del suelo a la explotación cerealera basada en el inquilino coincidió con este proceso y lo originó en parte.