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Formación de una sociedad lectora

A partir de 1840, gracias a la intervención de importantes intelectuales de la época, la educación y la cultura en Chile comenzaron a experimentar un desarrollo gradual. Un conjunto de ideas y aspiraciones se institucionalizaron, para dar forma a la "doctrina del progreso" que, canalizada a través de diarios, revistas, leyes y libros históricos, habría de guiar la formación de los ciudadanos de la naciente República. Así, la palabra impresa se transformó en la mejor herramienta para alcanzar la "civilización".

Consciente de la importancia de la instrucción para el acceso a las letras, Domingo Faustino Sarmiento fue un precursor de la educación en el país, sobre todo considerando que sólo un 13% de la población sabía leer. Sarmiento, al igual que los liberales de la época, consideraba que por medio del saber ilustrado, el pueblo aprendería valores morales que lo sacarían de la ignorancia y la superstición.

El libro y su lectura comenzaron a ser valorados como un vehículo insustituible de ideas y conocimiento y, a la vez, como un instrumento privilegiado para la educación de los niños y la formación de los pueblos que venían recién iniciando su vida independiente.

Sin embargo, a pesar de la voluntad civilizadora manifestada en libros prácticos, útiles y serios, las novelas-folletines, importadas o impresas en el país y distribuidas principalmente por periódicos, eran las obras más difundidas. Novelas como Misterios de Londres de Paul Féval, el Judío Errante de Eugene Sue, La Maraña de Balzac y Crímenes Célebres de Alejandro Dumas eran vendidas a gran escala para la época.

Frente a esta realidad comenzó un debate sobre la finalidad del libro. Mientras unos planteaban que su afán debía ser moralizador y práctico, los liberales comprendieron que sólo a través de las novelas se podía despertar la curiosidad, para luego estimular la lectura de obras más útiles y educativas.

"Se pueden suministrar al pueblo libros morales, religiosos, modelos de pureza de lenguaje, útiles y buenos; sin embargo a ese pueblo no puede llevarse por la fuerza y maniatado a la biblioteca, a leer lo que nada le mueve a leer. El pueblo, es decir, el que no tiene hábito de leer, comienza a leer uno de esos libros tan recomendados y principia por bostezar y acaba por dormirse", decía Sarmiento en 1869 (Subercaseaux, Bernardo. Historia del libro en Chile: (alma y cuerpo). Santiago de Chile: Lom, 2000, p. 59).