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Su vocación era la literatura

A los quince años, Roberto Bolaño dejó Chile, debido a que sus padres decidieron irse a México, en busca de nuevas oportunidades labores. Este hecho siempre fue recordado por Bolaño como un momento inesperado, pero que transformó su vida: "Mi viaje en 1968 al D.F es un hecho chileno (...) Solamente una familia chilena del sur se le ocurre largarse, en 1968, con dos chavales adolescentes, mi hermana menor y yo, a un país que no conocen" (Meruane, Lina. "La estrella distante de las letras chilenas", Caras, (258): 94-97, 20 de febrero, 1998).

Se alucinó con la ciudad, compenetrándose totalmente con sus calles y rincones. Aquí, se tornó más independiente al mismo tiempo que forjó una identidad propia: "Llegué a los quince años a México y fue alucinante (...). No sé si ocurre en otras ciudades, pero el DF es totalmente autosuficiente, no necesitas salir de ahí. Pasé años sin ir al mar, sin la necesidad de ir al mar porque todo lo daba" (Fernández Santos, Elsa. "El chileno de la calle del loro", Paula, (782): 86-89, agosto, 1998).

Al poco tiempo, sus padres lo matricularon en un colegio de la zona. Así, todos los días se levantaba para ir a estudiar, pero inevitablemente terminaba haciendo la cimarra por la Alameda azteca, o iba a alguna librería. Sus tiendas favoritas eran la librería de Cristal o Del Sótano, donde llegaba todas las mañanas y salía con algún libro que audazmente robaba. Este nuevo interés por la lectura fue clave en su vida, tal como él mismo señaló: "A partir de ahí pasé de ser un lector prudente a un lector voraz, y de ladrón de libros me convertí en atracador de libros" (Villouta Rodríguez, Mili. "Roberto Bolaño. Escritor nómada", El Mercurio, 17 de julio, 1999, p. 46-49). Ya fascinado por la literatura, decidió abandonar el colegio para ser escritor. Comenzó creando poesía y teatro, cuyos textos, años después, recordaría como malísimos. Al mismo tiempo, para poder sobrevivir, realizó diferentes trabajos, entre éstos vendiendo vírgenes de Guadalupe por diversos barrios de DF, y también ofreciendo figurillas de San Martín de Porres, que era su favorito porque en aquella época lo habían desmitificado, descendiéndolo a un simple beato.

De este modo, el itinerario del hombre de letras se originaba en estos tiempos. Su cultura la adquirió en los libros y si bien fue un lector irregular, bastante anárquico, tuvo la suerte de leer a grandes escritores que, según él, le inocularon el virus de la literatura. Hay clásicos que lo marcaron en su formación intelectual, como Horacio, Ovidio y Arquíloco. También fueron sus maestros autores europeos e hispanoamericanos, entre ellos Max Beerbohm, Samuel Pepys, Alphonse Daudet, Albert Camus y Juan Rulfo, Juan José Arreola, Amado Nervo, Alfonso Reyes, Renato Leduc y Gilberto Owen. No terminó el colegio, ni tampoco fue a la universidad, sin embargo no por ello dejó de estudiar para instruirse como escritor: "Si por autodidacto entendemos a alguien que nunca ha pasado por la facultad de filosofía y letras, en cierta manera sí. Pero yo creo que la formación de todo escritor hay una universidad desconocida que guía sus pasos, la cual, evidentemente, no tiene sede fija, es una universidad móvil, pero común a todos" (Berger, Beatriz. "Del juego al humor negro", El Mercurio, 28 de febrero, 1998, p. 2-3 (suplemento))

En México además, conoció al poeta Efraín Huerta, quien le enseño muchísimo.