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Forma y contenido

Uno de los principales temas en torno a los cuales se articuló la reflexión filosófica sobre el arte, y la producción artística, fue la relación entre forma y contenido. En rigor, ambos conceptos remitían a una de las grandes premisas inauguradas por la filosofía clásica en lo concerniente a determinar los diversos y plausibles modos de relación y dependencia del arte con la verdad.

Forma y contenido se encontraban inextricablemente unidos toda vez que ambos parecían depender de un fundamento esencial, que demarcaba los fines últimos del arte y de la producción artística. Por ello, y sobre todo en el pensamiento estético de Platón, el arte sólo venía a adquirir cierto grado de consistencia ontológica, y por ende cierto grado de realidad y validez, en la medida en que apelara a las esencias, en la medida en que apelara a las ideas, únicas, ciertas e inmutables. En otras palabras, todo arte, en la medida de lo posible, debía responder y estar sujeto siempre a los cánones esencialistas del mundo de las ideas; todo arte debía relacionarse siempre con la verdad significada en dicho mundo. En caso contrario, sólo podía tratarse de simples operaciones miméticas, sombras del arte verdadero.

Rodrigo Zúñiga en su texto Arte y conocimiento sensible: Teeteto y la política estética de Platón presenta en parte el gran problema que supuso en Platón la mimesis toda vez que en ella se reproducían artificios perniciosos en la medida en que la corporalidad, la materialidad, la apariencia producían el deleite y la adulación de la parte irracional del alma humana. Evitando, con ello, toda posible redención moral y política de cada uno de los ciudadanos que Platón exigía para la realización de su gran proyecto metafísico, epistemológico y político.

Por su parte Aristóteles creyendo, aunque de distinto modo, en la preeminencia de la forma sobre la materialidad en el proceso de la creación artística -de la poiésis- otorgó a la relación arte y verdad una más flexible impronta, aceptando al proceso imitativo -mimesis- propio del arte y de la producción como una forma rescatable de obrar, semejante incluso al realizado por la misma naturaleza.

La filósofos chilenos que se han ocupado y se ocupan de reflexionar en torno a la historia de la modernidad y de algunas de sus más significativas manifestaciones artísticas, han debido dar cuenta entre otras cosas de la radical separación entre forma y contenido, producida por la irrupción de la subjetividad y del respectivo carácter representacional otorgado a la nueva manera de comprender y habitar el mundo. Para autores, como Sergio Rojas, tal separación o distancia correspondería a la que se produce entre lo representado y la representación, entre el signo y a lo que nos remite. En otras palabras, tal separación o distancia ha sido el resultado de la constitución de un tipo de racionalidad que opera desde la autoconciencia del sujeto. Se trataría del sujeto cartesiano que constituye desde sí y para sí, a partir de las operaciones representacionales, el mundo, más sólo para volver a él, a esto representado a priori.

Esta separación propia de la época moderna, de la modernidad, y por tanto propia de la historia del pensamiento occidental, implicaría no sólo el inicio de un cada vez más crítico cuestionamiento a los límites anteriormente establecidos entre el ser y el aparecer sino además la consumación de un tipo de arte que operaría con una también particularmente escindida racionalidad: separación entre forma y contenido, ser y apariencia, lenguaje y visualidad, conceptos, materialidad, revelación del conflicto y del desencuentro entre lo interiorizado y el ámbito de lo externo, son algunas de las improntas que habrán de señalar las características fundamentales del arte moderno. Cuestiones que, por lo demás, se acentuarían aún más tras el advenimiento del arte contemporáneo con la irrupción de las instalaciones y las performances, por ejemplo.

Los filósofos chilenos Pablo Oyarzún y Sergio Rojas, entre otros, se han preocupado justamente de reflexionar en torno a estos temas donde la filosofía de la historia y la filosofía del arte se encuentran para determinar la manera en la que el hombre ha experimentado los avatares epocales. Sobre todo teniendo en cuenta la situación actual que parece estar constituida por la conciencia de los límites de la misma modernidad.