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hombres y mujeres

La pampa salitrera fue un espacio netamente masculino: hacia 1921, los campamentos mineros registraban un total de 36.399 de hombres, frente a 13.411 mujeres, es decir, la presencia masculina prácticamente triplicaba la de la mujer.

Los hombres, antes de casarse, debían consolidarse como trabajadores, ya que solo así podían acceder a que la administración les proporcionara una casa gratuita. Sin embargo, pese a este beneficio, mantener una familia en el duro régimen pampino -donde las transacciones estaban reguladas por las fichas y los precios por las pulperías, los centros de salud se encontraban a cientos de kilómetros de distancia y no se otorgaban garantías educacionales- era sumamente difícil. En estas condiciones, la familia se convertía en un peso que la gran mayoría de los mineros no estaba dispuesto a sobrellevar.

Las relaciones sociales y amorosas entre hombres y mujeres estaban normalizadas en tiempos y espacios establecidos, como lo eran las cofradías, los clubes y, especialmente, las llamadas "sociedades filarmónicas", que desde 1915 comenzaron a expandirse con gran rapidez a lo largo de la pampa salitrera. Las filarmónicas tenían como objetivo "propagar las letras y el deporte", de modo que organizaban grupos y ramas entre sus asociados para jugar fútbol y participar en academias de baile y de teatro, entre otras actividades. Era entonces en estos espacios, y en las fiestas organizadas para el 18 de septiembre, carnavales o año nuevo, cuando hombres y mujeres tenían la posibilidad de conocerse y establecer relaciones sociales.

Dotadas de reglamentos, las sociedades filarmónicas ejercían un control institucional sobre la vida privada de los obreros. En sus dinámicas internas se reflejaban las pautas que gobernaban la interacción entre los distintos grupos sociales que habitaban una oficina. Los jefes de los campamentos tenían la misión de vigilar que las relaciones afectivas no traspasaran las barreras sociales existentes entre obreros y empleados, que con frecuencia desafiaban los protocolos para ello establecidos.

Mientras los hombres trabajaban todo el día en función de la oficina -fuera como mineros, operarios o empleados-, las mujeres eran las encargadas de velar por el funcionamiento del hogar, alimentar a la familia y cuidar de los hijos. Junto con las tareas domésticas, muchas se desempeñaban en oficios convencionalmente asociados al género, como el de costurera, partera o lavandera, o bien en otros empleos en espacios públicos como cantinas y pulperías.