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nuevos oficios, labores y actores sociales

El ferrocarril dio origen a nuevas experiencias en la vida del sujeto moderno que trajeron a la escena nacional variedad de oportunidades de trabajo y posibilidades de interacción social desconocidas hasta el momento.

La novela Hijuna, de Carlos Sepúlveda Leyton, presenta personajes anhelantes de obtener algún puesto laboral en el mundo ferroviario, en especial, el cargo de maquinista. Lamentablemente el personaje sufre un accidente y no logra ser más que "banderista" y con ello se esfuman también sus fantasías de viajar y acceder a una mejor calidad de vida.

Además del maquinista, el palanquero, el banderista o el carrilano, que trabajan directamente en o con el tren, existieron otras decenas de actividades que surgen y se nutren del mundo que nace a su paso. Benjamín Subercaseaux, en su novela Daniel o Niño de Lluvia, relata los viajes familiares en tren a Viña del Mar, donde en las paradas se anuncian las "lepasamos", vendedoras de productos locales que deben su nombre a la acción de "pasar" la mercancía a través de la ventanilla. El pasajero del tren aprovecha de hacer "turismo culinario" mientras viaja, evento en el cual se desencadena un contacto social entre el poblador del lugar y el viajero que pasa. Dicho intercambio supone una integración social del territorio y un conocimiento del otro inéditos hasta entonces.

Otras actividades curiosas afloran con la aparición de las reglamentaciones para viajar en tren, como el "falsificador de certificados de salud" descrito por Jenaro Prieto en la crónica "La viruela artificial" del libro Pluma en Ristre. Durante la modernización hubo intensas campañas de salud, saneamiento e higienización de barrios y personas y una serie de vacunas para evitar enfermedades y contagios masivos. El tren como espacio que representa el progreso y la civilización debe estar exento de pestes e infecciones, por lo que en determinado momento se precisa de una vacuna para viajar en él. Así es como, junto a la Estación Mapocho, "un industrial ingenioso vende certificados al portador por dos pesos" (Prieto, Jenaro. Pluma en ristre, p. 4).

Otros que ganan algunos pesos son los "galopines descalzos" que describe Joaquín Edwards Bello en su crónica "Viajando por el sur". Se trata de niños intrépidos que ayudan a los pasajeros a cargar sus maletas y a subirlas al tren en marcha si es necesario, para luego saltar cuando este ya ha tomado alguna velocidad exigiendo solo una pequeña propina.

Se alude también a "el intruso", descrito en detalle por Joaquín Díaz Garcés en Páginas de Ángel Pino, quien "saca siempre un provecho" de las relaciones que establece y muchas veces busca "hacer una nueva amistad" (Díaz Garcés, Joaquín. Páginas de Ángel Pino, p.180) de acuerdo al interés que puedan reportarle. Esta figura nos transporta hacia otro uso del tren, ya no directamente asociado con el trabajo y el dinero, sino como un espacio de socialización donde se generan todo tipo de relaciones y situaciones.

Especial mención merece el caso de Gustave Verniory, ingeniero belga encargado de la construcción de vías férreas en su extensión hacia el sur, quien describió en el libro Diez años en la Araucanía su experiencia laboral, así como las vivencias y el contacto que tuvo con la población indígena de la zona. Verniory pasó un largo período en el sur de Chile y gracias a su trabajo pudo conocer los paisajes sureños, la gente y sus costumbres, así como el funcionamiento de la empresa ferroviaria desde dentro.