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detonante de la memoria

Así como propició los intercambios sociales e impulsó el crecimiento económico, entre otras cosas, el ferrocarril también penetró en lo más íntimo de la vida de las personas, dejando recuerdos de experiencias asociadas a los trenes y sus estaciones. Aún hoy, la figura del ferrocarril es objeto de una nostalgia que despierta con el simple sonido monótono de una locomotora en contacto con los rieles.

Uno de los escritores más emblemáticos que describen la presencia del tren en su obra es Manuel Rojas, quien fue peón del ferrocarril trasandino, episodio de su vida revivido por el personaje de Aniceto Hevia en la novela Hijo de Ladrón. No solo es el recuerdo del autor, sino también la reconstrucción que el propio personaje hace de su pasado y la experiencia laboral que lo llevó a Chile que explica parte de su presente. Recordar la etapa en que Hevia fue peón, encarna a su vez la revisión de sus primeros aprendizajes asociados al viaje y al trabajo, dos momentos claves para la constitución del sujeto adulto.

Pablo Neruda escribió varios poemas donde alude al tren como el detonante de recuerdos asociados a la infancia en el sur y a su padre, José del Carmen Reyes Morales, obrero ferroviario. Algunos de estos poemas son "Oda a la vieja Estación Mapocho, en Santiago de Chile" que está en el Tercer libro de Odas; "Sueños de trenes" y "Carta para que me manden madera" de Estravagario; "El padre" y "El tren nocturno" en Memorial de Isla Negra, "La frontera" y "La casa" en Canto General; "Oda a la envidia" en Odas elementales; "Puentes" y "Maestranzas de noche" en Crepusculario. Así, son frecuentes los paisajes rurales que transportan al hablante en viajes hacia el pasado y por el territorio en busca de sus raíces, experiencias que habrían marcado su imaginario desde la niñez y donde se percibe un temple nostálgico en las descripciones del mundo ferroviario.

Otro poeta que dedicó varias páginas al ferrocarril es Jorge Teillier con "Andenes" y "Despedida" de El árbol de la memoria; "El vino derramado" del libro Poemas Secretos; algunas secciones de Crónica del forastero, "Alegría" en Muertes y Maravillas; "En la secreta casa de la noche" y "Si pudiera regresar" de Poemas del país de nunca jamás y "Los trenes de la noche" en el libro homónimo. En su obra, el ferrocarril, las estaciones y vagones se asocian a experiencias íntimas y no a una caracterización apologética de sus beneficios como medio de transporte moderno. Las estaciones de trenes cumplen un rol protagónico en los poemas como lugares de encuentro y desencuentro, lugar de socialización que encierra principalmente recuerdos de despedidas, de trenes que parten, de dolores vividos en el pasado.

Pablo de Rokha, por su parte, tituló "Estación de ferrocarriles" a una sección de Los Gemidos y caracteriza a las estaciones como espacios lúgubres, tristes, donde se percibe el paso del tiempo y en que los "pitazos melancólicos" de las locomotoras "vienen rodando a horadar los insomnios cosmopolitas, las tristezas, los recuerdos" (de Rokha, Pablo. Los Gemidos, p. 247).

"Estación de ferrocarriles, resumes todo el viejo panorama de la tierra, lo melancólico de los pañuelos que dicen: adiós..., que dicen: adiós!... en los atardeceres mojados de Junio, Julio o Agosto, y la congoja gris de las cosas «malhechas», transitorias, Estación de ferrocarriles, Estación de ferrocarriles, Estación de ferrocarriles, las paralelas de tus líneas interminables, por qué dan tanta tristeza, ¿por qué?... ¡Estación de ferrocarriles!..." (de Rokha, Pablo. Los Gemidos, p. 248).