Buen confesor
La confesión auricular obligatoria fue establecida en el Concilio de Letrán (1215-1216) y en el Concilio de Trento para toda la comunidad católica. Desde entonces, un problema grave surgió entre los doctores de la Iglesia: ¿Cómo hacer para que un individuo no se avergonzara de sus pecados y se animara a narrar a un sacerdote sus ofensas a Dios? Como remedio a esta realidad, fueron divulgados en Europa y América diversos tratados que intentaron transformar al sacerdote en una figura amigable que facilitara aquello que se llamó el "parto del alma", es decir, la dolorosa y pusilánime experiencia de narrar las oscuras experiencias del espíritu. De esta manera, se alentó la figura del sacerdote misericordioso, comprensivo, cariñoso y piadoso, que ayudara, a través de tiernas y hábiles palabras, a que el penitente emitiera por su boca aquellas experiencias más íntimas y difíciles de mencionar.
La caridad fue una de las cualidades que más se incentivó entre los sacerdotes, la que adoptaba las formas retóricas del buen padre, el médico del alma o el juez justo que ayudaba al "paciente" a sanar su conciencia, motivando en él, a través de estudiadas tácticas y medios, el arrepentimiento. Asimismo, este médico debía ser perspicaz en escudriñar en el alma enferma del penitente, realizando las preguntas correctas y conociendo muy detalladamente los pecados recurrentes del vulgo.