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Crímenes célebres a principios del siglo XX

Algunos crímenes ocurridos a comienzos del siglo XX han sido recordados por la memoria colectiva en gran parte por la cobertura que de ellos han hecho los medios de comunicación de masas. Una vez que se ha disipado el interés periodístico, los crímenes más célebres son recordados por el derecho, pues son parte de la jurisprudencia, pero ante todo cobran un valor anecdótico que los vuelve inmortales.

Quizá no exista en nuestra historia un asesino más empático que Emile Dubois -seudónimo de Louis Amadeo Brihier Lacroix-, inmigrante francés que asesinó, entre 1904 y 1906, a cinco connotados extranjeros, que eran tenidos popularmente por usureros. Esta circunstancia concitó cierta admiración hacia su persona, hasta el extremo de transformarlo en un santo popular, cuya Animita, ubicada en el cementerio Playa Ancha de Valparaíso, está repleta de exvotos de creyentes que le agradecen por los favores concedidos.

Otro caso muy recordado es el llamado "crimen de la legación alemana", célebre en los anales de la medicatura forense nacional. En febrero de 1909, el canciller germano Guillermo Beckert Trambauer asesinó al portero de su representación diplomática, Exequiel Tapia. Lo vistió con sus ropas, incendió el inmueble, y huyó hacia Argentina con la pretensión de ocultar, con esta macabra simulación de su muerte, un gran desfalco de 27 mil pesos. La articulación del delito parecía perfecta hasta en los más mínimos detalles, pero las pericias dentales del doctor Germán Valenzuela, más la declaración de un conocido del canciller que aseguró haberlo visto a la hora del crimen en el Portal Edwards, terminaron por delatar al culpable. Beckert fue capturado cuando intentaba cruzar la frontera por el paso de Lonquimay, y fue fusilado el 5 de julio de 1910.

Tiempo después, en 1923, otro espeluznante caso dejaría huella en la opinión pública. Se trató del "crimen de las cajitas de agua". El día 6 de junio se hallaron en los ductos del alcantarillado ubicados en el actual terreno de la Escuela de Derecho de la Universidad de Chile dos paquetes: uno tenía una pierna zurda atada con una soga, y el otro contenía vísceras humanas. Dos días después, un niño encontró, en la calle Germán Riesco, un bulto con un tronco descabezado unido a sus respectivos brazos. Las manos también habían sido cercenadas. Mientras la prensa daba una amplia cobertura al suceso, trabajadores de la imprenta del diario La Nación alertaron de la súbita desaparición del suplementero Efraín Santander Jara, de 47 años. Los perspicaces investigadores notaron que la soga empleada para atar las partes del cuerpo desmembrado era del mismo cáñamo con que se ataban los fajos de periódicos. A partir de entonces fue fácil seguir la pista que conduciría a uno de los más sórdidos crímenes pasionales que se hayan verificado en Chile. La esposa de Santander, Rosa Faúndez, lo asesinó con implementos disponibles en su propia casa, hastiada de su ebriedad y de su infidelidad. Quizás lo más sorprendente de este caso fue que la homicida fue condenada a 25 años de cárcel, pero solo cumplió 5. Al quedar en libertad, siguió atendiendo el mismo quiosco de siempre en compañía de un nuevo amor... otro suplementero.