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Iris (1918)

Durante las primeras décadas del siglo XX, Inés Echeverría -conocida también por su seudónimo "Iris"- era reconocida por la crítica literaria, especialmente gracias a su primer libro Hacia el Oriente. En el año 1910, publicó cuatro obras, entre las cuales continuó su interés en el ámbito del diario de viajes, pero también dio a conocer otra arista de su trabajo con Emociones teatrales, libro de crítica de teatro. En 1917 Iris comenzó a publicar una columna en La Nación y en 1918 apareció el libro La hora de queda.

Tanto su figura de escritora como su participación pública en la esfera intelectual fueron vistas con controversia durante estos años. En junio de 1918, apareció en la sección "Crítica literaria" de La Unión el artículo "Iris" de Pedro Nolasco Cruz, quien fue una de las voces que estimó negativamente la producción de la autora, en especial, la que dio a conocer luego de su primer libro.

En el mismo año, la Imprenta Chilena publicó este artículo como folleto, seguido de la columna "El movimiento literario. Crónica bibliográfica semanal" de Omer Emeth (1865-1935), que había sido publicada el 17 de junio de ese mismo año en El Mercurio, a propósito de la aparición de La hora de queda (Leavitt, Sturgis. "Chilean Literature: A Bibliography of Literary Criticism, Biography, and Literary Controversy. Part II". The Hispanic American Historical Review. Volumen 5, número 2, mayo de 1922, p. 274). Póstumamente, el artículo de Cruz también fue incluido en el tercer tomo de Estudios sobre literatura chilena, con el título "Inés Echeverría".

En la introducción de su artículo, Pedro Nolasco Cruz se refirió a la existencia de novelas, cuentos, relatos de viajes y páginas íntimas escritas por mujeres, sobre quienes indicó que no eran "escritoras propiamente tales", pues dicha producción estaba constituida -según su visión- por "simples ensayos, de tentativas originadas por una disposición ocasional". En contraste con esta generalización que situaba como fondo, Cruz resaltó la figura de Iris, a quien consideraba una "escritora por vocación, por naturaleza" (Cruz, Pedro Nolasco. "Inés Echeverría". Estudios sobre la literatura chilena. Tomo III. Santiago: Nascimento, p. 109). Si bien esta introducción ha sido considerada -según Marcela Prado Traverso- "más que burlesca, sarcástica" respecto de la producción literaria de mujeres, Cruz "se ve obligado a aceptar el hecho literario llamado Iris" (Prado Traverso, Marcela. "Inés Echeverría Bello (Iris) (1868-1949)". En Rubio, Patricia. Escritoras chilenas: novela y cuento. Tercer volumen. Santiago de Chile: Editorial Cuarto Propio, 1999, p. 49).

En el inicio del artículo, Cruz describió a Inés Echeverría como una escritora con varias aptitudes literarias y la caracterizó como "briosa, vigorosa, de percepción rápida, de ingenio sutil y agudo, de no escasa fantasía. Su frase es corta; la expresión enérgica. Su pluma corre fácil, ligera, con reflejos brillantes". No obstante, mencionó que la autora no había cultivado tales aptitudes e, incluso, que las había "dilapidado como caudal que nada ha costado adquirir" (p. 110).

Los dos primeros aspectos que criticó fueron el descuido del lenguaje y la composición de sus escritos. En relación con el lenguaje, indicó que la autora utilizaba con frecuencia el francés en sus textos. Para Cruz, "quienquiera puede escribir en el idioma que más le acomode; pero no le es permitido hacer mezcla de una lengua con otra, porque la lengua es una especie de organismo que tiene leyes, usos y costumbres que le son propias, que se corresponden entre sí y están íntimamente unidas al carácter de la raza o nación que la usa". Si bien señaló que conocía la idea de Iris de que en el idioma extranjero hallaba la expresión adecuada, Cruz veía en este recurso una muestra de ignorancia en el uso del castellano.

Respecto a la composición de las obras, en específico, se refirió a las novelas y cuentos de la autora. Indicó que, a pesar de que Iris conocía muy bien a los autores franceses, no fue capaz de imitar su "manera artística de presentar las cosas". Criticó, así, que se extendía "desmesuradamente en cosas secundarias" y que saltaba de "una materia a otra sin transición, sigue una idea que le ocurre de paso y la deja de improviso". Además, mencionó que tenía la "costumbre muy insistente" de interrumpirse ella misma con constantes observaciones (Cruz, p. 113-114).

Respecto a la inclinación de Iris a la teosofía, Cruz reprobó su "libertad religiosa" e indicó que en sus obras acomodaba "a su gusto, con las creencias católicas, ciertas ideas sobre teosofía, transmigración de las almas, y manifiesta sus simpatías hacia las doctrinas liberales" (p. 122). También la acusó de mofarse y faltar el respeto a católicos y conservadores, a quienes "olvidando como escritora su situación social, ridiculiza con acritud y encono todo lo que le resiste. Va más allá, personaliza, provoca, falta al respeto y a las consideraciones debidas, y llega hasta la injuria. Justo es decir, que en esto hay algo de inconsciencia. Está persuadida de que cuanto escribe es en extremo agudo, ingenioso y delicado, y de que nadie puede resentirse por lo que ella dice" (Cruz, p. 122).

En relación con la evaluación general de su obra literaria, indicó que la autora carecía de un "concepto fundado, de ciertos principios adquiridos sobre los cuales el estudio y la meditación levantan un sistema, una doctrina, una opinión ilustrada". Por el contrario, la autora trabajaba más bien a partir de "ocurrencias e impresiones" y que para demostrar esto "bastaba con leer cualquiera de sus páginas". Haciendo referencia a Francisco Javier Ovalle Castillo, quien también en 1918 había publicado un estudio sobre Iris llamado Inés Echeverría de Larraín: Iris en la república de las letras, Cruz señaló que este autor la "ha estudiado y admirado en un grueso folleto; pero no señala ni el más insignificante sistema filosófico, literario, artístico, social. Podemos, pues, decir que no lo hay" (Cruz, p. 116-117).

Hacia las últimas páginas del artículo, Cruz se refirió brevemente al trabajo literario de Iris posterior a su primer libro Hacia el Oriente, única obra de la autora que el crítico rescató, pues habría encontrado su "verdadero elemento" al presentar un relato de viajes, género que se prestaba para "dar libre campo a ocurrencias e impresiones, sin que estas nada interrumpan y en nada molesten. Por el contrario, contribuyen en gran manera a la variedad y amenidad" (p. 118).

Como juicio final, Cruz mencionó que "Iris es una escritora que ha fracasado" a pesar de sus aptitudes literarias iniciales que "la habrían hecho figurar con algún brillo en nuestra literatura amena". Según considera, Iris "procura y ambiciona lo que no es capaz de alcanzar. La rodea una pequeña corte de señoras literatas y de espíritus de vanguardia que le han extraviado el criterio. La pobre Iris cree que hace pensar al público. La engañan. Simplemente lo hace reír" (Cruz, p. 128-129).

En respuesta al texto de Cruz, Inés Echeverría presentó una querella "por sus dichos, la que fue desestimada" (Hurtado, María de la Luz. "Escribir como mujer en los albores del siglo XX: construcción de identidades de género y nación en la crítica de Inés Echeverría (Iris) a las puestas en escena de teatro moderno de compañías europeas en Chile". Aisthesis. Número 48, 2008, p. 45). También hubo una respuesta de Francisco Javier Ovalle con el libro Inés Echeverría de Larraín (Iris) ante sus detractores. Alrededor del ataque literario del Señor Pedro Nolasco Cruz, en el que hizo una defensa del estilo de la autora (Leavitt, Sturgis. "Chilean Literature: A Bibliography of Literary Criticism, Biography, and Literary Controversy. Part III". The Hispanic American Historical Review. Volumen 5, número 3, agosto de 1922, p. 519).