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Diarios de viaje de Inés Echeverría

A mediados del siglo XIX, el viaje fue una práctica común entre los jóvenes de la élite chilena, experiencia por medio de la cual podían alejarse de sus "existencias monótonas y cómodas y salir por sus propios medios a buscar esos lugares salvajes, vírgenes y exóticos que poblaban los libros de viajeros y cronistas imperiales", sentimiento que se acentuó hacia fines de siglo (Sandoval-Candia, Oriette A. y Arre Marfull, Monsterrat N. "Mirada imperial sobre territorios del confín durante el Fin de siécle. El caso de dos viajeras en Chile: Florence Dixie e Iris (Inés Echeverría Bello)". Alpha. Número 47, 2018, p. 10).

A diferencia de los hombres viajeros, quienes a su regreso usualmente encontraban "importantes cargos políticos y comerciales que ocupar", las mujeres "volvían a una vida doméstica aún bastante provinciana. Solo unas pocas mantenían tertulias culturales y sacaban frutos de su experiencia por medio de la escritura y la publicación de sus textos, ya que su destino, para la mentalidad decimonónica, era seguir principalmente confinadas al espacio hogareño, en un período de tensiones políticas y decisivas disputas entre sectores liberales y ultramontanos" (Amaro, Lorena. "Una experiencia centrípeta: construcción de la autoría, modernidad y espiritualismo en Hacia el Oriente, de Inés Echeverría Bello". Taller de Letras. Número 53, 2013, p. 152).

Inés Echeverría, como intelectual perteneciente a la élite chilena, compartió la motivación del periodo de moverse en búsqueda de territorios ignotos, por lo que realizó viajes por diferentes lugares del mundo y también por Chile. En la primera década del siglo XX, publicó dos libros en los que registró sus periplos: Hacia el Oriente (1905) y Tierra Virgen (1910), los que han sido leídos por la crítica como diarios de viaje.

Hacia el Oriente fue el primer libro que publicó Inés Echeverría y lo hizo de forma anónima. Al año siguiente de su aparición, en 1906, se publicó un extracto del libro en la revista Zig-Zag (1905-1964), bajo la firma de Inés Echeverría de Larraín y, posteriormente, en 1917, apareció una segunda edición firmada con este mismo nombre. El libro, que refiere a los dos viajes que realizó Echeverría hacia Palestina entre 1900 y 1901, relata su andar por diferentes ciudades de Europa, Asia y África.

Hacia el Oriente, en conjunto con Mis días de peregrinación en Oriente de Amalia Errázuriz (1860-1930) y El Ángel del peregrino de Rita Salas Subercaseux (1892-1865), son textos escritos por mujeres de fines del siglo XIX e inicios del XX que mostraron "un viaje de peregrinación y la experiencia de escritura devota". Para Lorena Amaro, desde una escritura vinculada a lo privado y asociada a lo religioso, "estas autoras lograban canalizar sus pensamientos y comunicar sus experiencias, pero siempre desde un lugar donde la sociedad de su época esperaba que mantuvieran sus subjetividades" (p. 154). Es decir, respondieron a un tipo de escritura que era parte de las expectativas de los lectores de la época como un medio de expresión de sus ideas y también como un modo de hacerse espacio en el campo cultural del momento.

En el prólogo de Hacia el Oriente, Inés Echeverría indicó que su motivación para escribir sobre este viaje fue expresar la "conmoción espiritual" que experimentó. En línea con este propósito, la autora diferenció dos tipos de viajeros: aquellos con fines turísticos, que veían en el viaje la oportunidad de disipar "el tedio en que se consume su vida ociosa" y quienes "buscan en los países que recorren la expansión de su propia vida interior" (Hacia el Oriente. Santiago: Impr. Cervantes, 1905, p. V-VIII).

Por su parte, en Tierra virgen, Echeverría refirió a su travesía de 1910, tanto por tierra como por barco, que se extendió por poco más de una semana, hacia el Lago Ranco y sus alrededores, obra que se publicó el mismo año. Al igual que Hacia el Oriente, este texto ha sido leído por la crítica como un diario de viajes, aunque también como un ensayo (Silva Castro, Raúl. "El ensayo en Chile". Journal of Inter-American Studies. Volumen 4, número 4, 1962, p. 446).

En el relato de ambos viajes, a la vez geográficos y espirituales, la autora se enfrentó con otras realidades, culturales y naturales, en relación con las cuales su discurso manifestó menor o mayor distancia. En el caso de Hacia el Oriente, Verónica Ramírez observó que en la búsqueda de una voz propia, Echeverría trazó su enunciación con mecanismos contradictorios al momento de referirse a los sujetos con quienes se cruzaba: en algunos pasajes tomó una postura orientalista, es decir, basada en prejuicios hacia lo que esperaba ver en Oriente desde su posición como occidental. En otros pasajes, dio cuenta de una perspectiva "antioccidentalista" pues criticaba por medio de la ironía al "otro europeo", desde su visión de mujer americana con "'mejor' conocimiento de la periferia y, en consecuencia, del mundo" ("Orientalismo y antioccidentalismo: discursos que enmarcan la representación del yo en el relato de viaje de Inés Echeverría (Iris)". Revista Chilena de Literatura. Número 95, 2017, p. 168).

En cuanto a Tierra virgen, Oriette Sandoval Candia y Montserrat Arre Marfull han visto en el discurso de Echeverría una "mirada imperial". Específicamente en las descripciones de la geografía del Lago Ranco, lo europeo aparece como lo referencial y la naturaleza es percibida como ominosa, lejana a lo civilizado, por lo que Inés, como viajera, "se apropia" de lo natural para su propio goce. En relación con los indígenas, aparecería en su discurso un distanciamiento que se traduce en un rechazo a la "ligadura atávica" de Echeverría, en tanto chilena, con ellos, conexión que ve como "un obstáculo a su propia utopía civilizatoria, en concordancia con el proyecto de homogeneidad nacional" (p. 21-27).