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Emociones teatrales (1910)

A inicios del siglo XX, asistir al teatro era uno de los "principales consumos culturales" de la élite chilena, quienes concurrían a funciones de óperas, operetas y presentaciones teatrales (Poblete Vásquez, Mario y Saavedra Utman, Jorge. "Los teatros en el Chile íntimo del siglo XX. Una aproximación sociológica desde una historia local". Atenea. Número 512, 2015, p. 287).

En este periodo, diferentes compañías teatrales extranjeras visitaron Chile, así como otros países de Latinoamérica, con el fin de ofrecer sus espectáculos, los que también funcionaron como modelo para actores, actrices y dramaturgos nacionales. Entre las obras que presentaron predominó la puesta en escena de producciones de autores franceses, como Henry Bataille (1872-1922) y Maurice Donnay (1859-1945), aunque también se dieron a conocer obras del "nuevo teatro español" -como, por ejemplo, las de Jacinto Benavente (1866-1954) y Ramón del Valle-Inclán (1866-1936)-, debido a la presencia de compañías españolas en el país (Pradenas, Luis. "El género chico". Teatro en Chile. Huellas y trayectorias. Santiago, Chile: LOM, 2006, p. 222).

De la mano de este auge del teatro entre la elite, diferentes escritores dedicaron artículos sobre las obras que se presentaron con el fin de difundirlas en medios periódicos como Musa joven (1912) y El Mercurio (1900-). Inés Echeverría entre ellos publicó un conjunto de críticas teatrales que reunió en 1910 en su libro Emociones teatrales, bajo el seudónimo de Iris.

En Emociones teatrales se reúnen críticas a montajes de obras escritas por autores extranjeros, principalmente, de fines del siglo XIX e inicios del XX. Entre estos se encuentran los españoles Santiago Rusiñol (1861-1931), Jacinto Benavente (1866-1954), Ángel Guimerá (1845-1924) y los hermanos Joaquín (1871-1938) y Serafín Álvarez Quintero (1871-1938); los italianos Giuseppe Giacosa (1847-1906) y Gabriele D'Annunzio (1863-1938); el francés Henry Bataille; el belga Maurice Maeterlinck (1862-1949) y el noruego Henrik Ibsen (1828-1906).

En sus críticas, Iris analizó estas representaciones a partir de la relación entre el texto dramático -el que solía conocer previamente, según indicaba en los mismos artículos-, la puesta en escena y su propia recepción, como "espectadora privilegiada" entre los asistentes del público (Hurtado, María de la Luz. "Escribir como mujer en los albores del siglo XX: construcción de identidades de género y nación en la crítica de Inés Echeverría (Iris) a las puestas en escena de teatro moderno de compañías europeas en Chile". Aisthesis. Número 48, 2008, p. 19).

En relación con la valoración de las obras, Iris manifestó su inclinación por un teatro adscrito al "'movimiento psíquico', que la lleve a indagar en sí misma y en su entorno" (Hurtado, 33); es decir, un teatro no centrado en la acción y los diálogos, sino en lo que acción y diálogo sugieren para mover la reflexión interna de los espectadores. En este sentido, Iris defendió de las críticas a aquellas obras del teatro moderno que habían sido calificadas de "teatro raro". Por ejemplo, en su artículo sobre "La intrusa" del belga Maurice Maeterlinck (1862-1949) -que presenció junto a su familia en una función privada escenificada por la compañía de José Tallaví (1878-1916)-, Iris observó que las obras de este autor requerían de una audiencia con un "cierto grado de desarrollo psíquico", capaz de "percibir lo oculto", pues en este "teatro no hay declamación, no hay suceso; todo se siente, se adivina o se vive interiormente. No se le pide ningún recurso al brillo de la palabra, a la elocuencia del gesto o a la violencia de la actitud" (Iris. "La intrusa". Emociones teatrales. Santiago: Imprenta: Barcelona, 1910, p. 47-49).

Como crítica de teatro, Iris incursionó en un campo cultural que le "era adverso", porque sus textos aparecieron en un escenario hegemonizado "por la escritura masculina. De aquí que hubo de desarrollar estrategias de validación de su introducción en la cosa pública desde su condición de mujer, recurriendo a, y formando, sus capitales sociales"; es decir, recurriendo a su pertenencia a la aristocracia como a las diferentes relaciones que había construido "con intelectuales, políticos y artistas de variadas raigambres" (Hurtado, p. 15).

Según María de la Luz Hurtado, Iris recibió descalificaciones por su trabajo crítico, por un lado, de parte de "agentes masculinos" en relación con su irrupción como mujer en la escena pública, como fue el caso del crítico literario Pedro Nolasco Cruz (1857-1939), quien evaluó sus artículos como tan "exagerados que parecen emociones de una señora provinciana que por primera vez hubiera asistido a representaciones en el Teatro Municipal". Por otro, desde las corrientes femeninas católicas, representadas en las agrupaciones de La Liga de Damas Chilenas pro Moralidad Teatral y la Liga contra La Licencia Teatral, que veían inmoralidad en el teatro promovido por Iris (p. 46).