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Altazor de Vicente Huidobro

Altazor, publicado en 1931, se puede leer como un "compendio" de los alcances y límites del proyecto creacionista de Vicente Huidobro. Además, se sitúa, junto con Residencia en la Tierra de Pablo Neruda, Trilce de César Vallejo, y Los gemidos de Pablo de Rokha (1918), dentro de las más altas cumbres de las vanguardias latinoamericanas de este lado de los Andes.

Su título aparece formado a través de una síntesis textual que reúne la raíz del sustantivo altura y del adjetivo azorado. Este último, además, permite un despliegue de múltiples sentidos que han guiado gran parte de las numerosas y hasta contradictorias lecturas que se tienen sobre este "poema dividido en siete cantos". Para algunos, es el "ave de rapiña" la que se apodera del juego en este "viaje en paracaídas" que es el vuelo de "Altazor". Otros, en cambio, aluden a la caracterización del momento de síntesis vanguardista dentro de la trayectoria de Huidobro, quien, ansioso, se ha encontrado con un "muro" que lo ha "asustado" en su azaroso recorrido por los experimentos formales y temáticos inaugurados por el modernismo y llevados al máximo de la experimentación literaria por las vanguardias de comienzos del siglo XX.

La experiencia que atraviesa el "protagonista" de este poema de Huidobro, se percibe tanto en una lectura más directa como en la metafórica de Altazor: Es una caída del sujeto lírico de la totalidad y plenitud de la que gozaba antes del "viaje en paracaídas" que configura el texto, a una fragmentación de la identidad del hombre. El poeta pierde el centro de su primitiva condición existencial, propia de la poesía clásica y moderna, para disolverse en una experiencia situada en un espacio y en un tiempo diferentes, extraños, dispersos, angustiados.

En consonancia con la herencia de una modernidad ya cuestionada por varios autores precedentes, como Nietzsche o Tristan Tzara, Altazor rompe con el código de la lengua a la que estábamos acostumbrados, hasta destruirlo, despedazando, asimismo, las antiguas metáforas y símbolos utilizados por la poesía tanto hispanoamericana como universal. El ritmo del poema, su nueva concepción de la musicalidad lírica, se acerca a la disolución del texto y los significados acostumbrados de la tradición modernista. Así, las palabras mostradas en su materialidad como lenguaje, presentan una ruptura con el orden lingüístico del español de la época; es importante señalar que dos años antes, Huidobro había publicado el Mío Cid Campeador (1929) como réplica a la obra homónima, de autor anónimo, para proponer una nueva lectura épica contemporánea. Este campo, inexplorado en las tres primeras décadas del siglo XX, es hoy replanteado por la poesía concreta, visual o experimental que abunda en la poesía actual.