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Campos de juego particulares

En el siglo XIX los deportes eran ya un componente esencial de la sociabilidad británica, por lo que no es de extrañar que los aficionados de esa nacionalidad se las arreglaran para cultivarlos dondequiera que fueran.

Tan temprano como en 1860, los miembros del Valparaíso Cricket Club arrendaron un terreno en Quebrada Verde a Federico Santa María para establecer allí un campo de juego.

En 1883, apenas seis años después de que se jugara la primera edición del torneo de Wimbledon en Inglaterra, el puerto ya contaba también con sus primeras canchas de tenis: la de un residente inglés de apellido Cox, en una propiedad del cerro Las Zorras, y la de otro de apellido James en Las Salinas (Ossandón, 1957).

En las décadas siguientes, las canchas y frontones privados se multiplicaron, llegando a contabilizarse otras siete en quintas del Cerro Alegre y varias más dispersas en sitios como Playa Ancha, Chorrillos, Quilpué y El Salto. Los courts más acreditados de la época, sin embargo, fueron el construido en 1892 por iniciativa del Viña del Mar Lawn Tennis Club en el jardín del Gran Hotel de Viña y el de Carlos Ossandón en su residencia de Zapallar, la primera cancha con tribunas en el país, inaugurada en 1916 (Modiano, 1995).

En Santiago se conoce la existencia desde 1888 de una cancha de ladrillo en el Círculo de la Unión Central, en Agustinas con Ahumada, que sin embargo desapareció fruto de un incendio en 1891. Si bien los aficionados santiaguinos no parecen haber sido tantos como los porteños, cabe mencionar a Nemesio Vicuña Mackenna, quien en su fundo de Pirque construyó un court reglamentario de césped, cuyas semillas encargó a Inglaterra.

En 1911 se levantó el International Tennis Club, recinto centenario que continúa vigente en su emplazamiento original de Av. Santa María, frente al Parque Forestal