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Misa a la Chilena (1964)

La idea de la Misa a la chilena comenzó a gestarse en 1960, luego de que Vicente Bianchi escuchara la Misa Luba y la Misa Bantu: "Los misioneros iban allá a concientizar sobre la religión desde Europa, y hacían cantar los rezos católicos con la música y ritmos propios de África. Yo pensaba por qué no se podría hacer en todos los países lo mismo" (Rodríguez, Ana. "Vicente Bianchi, sin premio nacional de Música", The Clinic, 28 de noviembre, 2010). En 1964, tras el Concilio Vaticano II, la Iglesia acccedió a autorizar la celebración de la misa en la lengua vernácula, resolución que dio un espaldarazo definitivo al proyecto que Bianchi llevaba años madurando: "Quise en esos momentos brindar a mi patria, a la Iglesia y a su pueblo cristiano una obra de inspiración similar, pero bien chilena, sencilla, solemne, sin excesiva elaboración técnica y de fácil captación popular, y muy representativa de nuestra nacionalidad y devoción religiosa. Imposibilitó la tarea, en ese entonces, el hecho de que todos los textos de la Iglesia fueran en latín, pues la mezcla de esa lengua con los ritmos chilenos seguramente no habría resultado muy feliz (Cuadernillo de disco Misa a la chilena y otros 6 temas chilenos. Interpreta Coro Chile Canta. Santiago: EMI, 1991).

Junto a su amigo Jorge Inostroza llevó la misa terminada a un sacerdote salesiano amigo. Al tararearla al piano, este quedó tan entusiasmado que llamó a otros sacerdotes que escucharon gustosos las melodías. Fue entonces cuando llegó al Cardenal Raúl Silva Henríquez, quien la recibió con entusiasmo y resolvió apoyar la iniciativa con fervor, incluso con una carta pública luego de que esta misa se convirtiera en objeto de controversia pública a causa de su lenguaje musical y textual (Bianchi, Vicente. "Vicente Bianchi está componiendo la música que Chile le cantará al Papa", El Mercurio, Santiago, 1 de julio de 1986, C10). Las voces más conservadoras calificaban como un auténtico escándalo el que una misa -más encima, en español- finalizara con una cueca, en tiempos en que aún pesaba sobre esta la idea de que se trataba de música "pecaminosa" o de que no había cabida para la guitarra dentro de una iglesia (Bianchi, Vicente. "¡Cuando la música clásica era popular!", Suplemento Crónicas del Domingo, Diario Austral, Puerto Montt, 7 de junio de 1987, p.7).

Fue el mismo Cardenal Silva Henríquez quien la estrenó en la Capilla Santa Adela de Maipú en 1965. Desde entonces, algunas de sus partes, como el "Sanctus", se difundieron como composiciones habituales para la misa dominical en localidades de todo el país, pasando a transformarse en parte del patrimonio religioso chileno.

La Misa a la Chilena esta compuesta de cinco partes: "Kyrie", "Gloria", "Credo", "Sanctus" y "Agnus Dei", además de un "Aleluya" final. "Ella presenta los ritmos de la zona central de Chile, que a mi juicio son los más representativos de nuestra nacionalidad" (Cuadernillo de disco Misa a la chilena y otros 6 temas chilenos. Interpreta Coro Chile Canta. Santiago: EMI, 1991). Traducida al inglés, al sueco y al alemán, la obra ha cosechado gran éxito también en el extranjero, y junto a la segunda misa de Bianchi -Misa de la Cruz del Sur (1970), basada en los diez ritmos más representativos de América Latina- ha sido publicada en varios países de Europa, como Italia, Suecia, Holanda y Estados Unidos.

A partir de estas experiencias, en 1987 le fue encargada una obra para celebrar la visita del Papa Juan Pablo II.