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Bienal de Video y Artes Mediales de Santiago

El arte contemporáneo, si bien nace en la segunda mitad del siglo XX tiene que esperar hasta fines del siglo para encontrarse con los medios tecnológicos que le permitirán su desarrollo pleno y consecuente y esto será gracias a las nuevas tecnologías digitales y en especial la del internet. Pero estos nuevos medios, inaugurarán, además, nuevas hermenéuticas y ensancharán el horizonte de los posibles en el arte

("Decálogo para los nuevos medios del siglo XXI", Catálogo V Bienal de Video y Nuevos Medios, 2001).

Las expectativas que produjo la apertura del horizonte democrático tras el plebiscito de 1988 se materializaron también en el campo del video. En el año 1990, el Festival Franco-Chileno de Videoarte -hasta entonces financiado por el Servicio Cultural de la Embajada de Francia- obtuvo financiamiento del Estado chileno, al mismo tiempo que se crearon nuevas instancias de difusión como la Primera Muestra Nacional de Cine y Video, organizada en el marco del Primer Encuentro Nacional de Arte y Cultura, ENART 90, realizado en la Estación Mapocho.

De manera paralela a la internacionalización del Festival Franco-Chileno, que se amplió a un contexto sudamericano, integrando las experiencias de artistas de Colombia, Argentina, Brasil y Uruguay, Nestor Olhagaray (1946-2020) "percibió que el espacio para la exhibición y el debate específico en torno a la producción chilena se estrechaba cada vez más" y que, dados los nuevos alcances y objetivos del festival, acotados en específico al videoarte, se comenzaron "a dejar fuera otras expresiones visuales y audiovisuales ligadas al soporte video" (Liñero, Germán. Apuntes para una historia del video en Chile. Santiago: Ocho libros, 2010, p. 200).

Fruto de este diagnóstico, Olhagaray fundó en el año 1993 la Corporación Chilena de Video y Artes Electrónicas -asociación continuadora de la Sociedad Chilena de Video, constituida en 1986- y comenzó los preparativos para la Primera Bienal de Video de Santiago, con apoyo de la División de Cultura del Ministerio de Educación.

Esta iniciativa buscaba crear "un nuevo espacio de exhibición" y "difusión de la creación de video internacional (ya no solo francesa)" que "tuviese la autonomía suficiente para constituirse en la principal ventana de exhibición del video chileno" (Liñero, p. 200), además de potenciar la investigación y práctica del video experimental, con la creación del Concurso Juan Downey y de la revista Video Autor.

A la organización de las bienales, desde su segunda versión, se incorporaron artistas jóvenes como Guillermo Cifuentes (1968-2007), Claudia Aravena (1968) y Edgar Endress, quienes contribuyeron al robustecimiento de la bienal.

En sus primeras versiones, se exhibieron videos de realizadores vinculados al mundo del cine y la televisión, quienes presentaron reportajes, spots publicitarios, comerciales y videoclips, además de videos que, de manera progresiva, fueron indagando en el cruce entre la producción de imágenes electrónicas y las formas artísticas contemporáneas.

Al finalizar la década de 1990, la bienal contaba con cuatro ediciones que permitieron inscribir el video en el ámbito cultural y museográfico del arte chileno, gracias, por un lado, a las exploraciones artísticas vinculadas con el uso de nuevas tecnologías y soportes y, por otro, a la apertura de su convocatoria a artistas de diferentes países, cuyas obras ayudaron a diversificar la concepción del video y las artes electrónicas desprendida de los festivales franco-chilenos, integrando muestras y obras provenientes "de países como Argentina, Brasil, Uruguay, Paraguay, España, Francia, Estados Unidos, Australia, Suecia y Canadá" (Liñero, p. 203).

En virtud de los cambios experimentados por la tecnología digital, la Bienal tuvo diversas actualizaciones y reorientaciones en su programación buscando afrontar nuevos desafíos que estas transformaciones supusieron para las artes visuales.

En 2003, la sexta Bienal de Video y Nuevos Medios de Santiago reforzó la necesidad de crear una política multidisciplinaria en el arte, estableciendo diálogos con diferentes líneas de conocimiento como la Ingeniería, la Astronomía y la Neurociencia; para, en su séptima versión, convertirse en un evento de alcance nacional que expuso algunas de sus obras en ciudades como Valparaíso, Antofagasta, Valdivia, Talca y Concepción.

Dos años más tarde, en 2007, se propuso trabajar a partir de ejes curatoriales para cada versión de la Bienal, siendo el primero; Ciudad, Ciudadanos & Ciudadanía, seguido por Resistencia (2009), Deus ex media (2012), Autonomía (2013), Hablar en lenguas (2015) y Temblor (2017).

A lo largo de sus versiones, la Bienal de Artes Mediales ha circulado por diferentes instituciones culturales como el Museo de Artes Contemporáneo, el Museo Nacional de Bellas Artes, la Biblioteca Nacional, el Centro Nacional de Arte Contemporáneo Cerrillos, entre otros, acogiendo a curadores, teóricos, artistas y referentes de diversas disciplinas.