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Los invasores

Los invasores se estrenó el 19 de octubre de 1963 en la sala Antonio Varas del Instituto de Teatro de la Universidad de Chile. Se trata de la última colaboración entre Egon Wolff y el grupo teatral de esa casa de estudios, además de la primera parte de su tetralogía de obras mayores, también conformada por Flores de papel, La balsa de la Medusa y Tras una puerta cerrada. Con la dirección de Víctor Jara y las actuaciones de María Cánepa, Héctor Maglio, Tennyson Ferrada, Bélgica Castro, Ximena Gallardo, Luis Barahona, Alfredo Mariño y Gonzalo Palta, este montaje causó gran expectación. En dos actos dramáticos, mediante unidad de espacio y temporalidad circular, muestra al empresario Lucas Meyer, su esposa Pietá y sus jóvenes hijos Bobby y Marcela frente a la inesperada intrusión en su elegante casa de una horda de aparentes mendigos. Estos -llamados Alí Babá, el Cojo, la Toletole y el China- aparecen descritos ambiguamente en el texto de Wolff. Del China, por ejemplo, se señala que "viste harapos y forra sus pies con arpillera" aunque lleva un "clavel en la cinta desteñida" y "contradice sus andrajos" con "un cuello blanco y tieso, inmaculadamente limpio".

Dado que la discusión ideológica sobre las diferencias socioeconómicas crece en intensidad durante la década de su primer montaje, Los invasores es interpretada por la crítica de izquierda como alegoría de una inminente lucha de clases: "Los invasores no es sino el Miedo de toda una capa social puesto en escena, el pavor consciente y subconsciente relacionado con la pérdida de los privilegios de la alta burguesía industrial" (Manolios, "Los Invasores", 1963). Mientras, en los medios de prensa conservadores el rechazo a la obra es unánime, como lo expresa ese mismo año El Diario Ilustrado: "Se trata de un melodrama de discutible calidad dramática en su forma y algo trasnochado en su contenido".

Sólo las sucesivas publicaciones de Los invasores como texto dramático en ediciones chilenas de 1970, 1995 y 2005, y en antologías tanto mexicanas como estadounidenses en 1990 y 1996, permitieron que lectores y académicos -principalmente del ámbito norteamericano- apreciaran las anfibologías con que Wolff describe sus personajes y acciones. Las imágenes expresionistas que aparecen en las didascalias del texto se suman al desenlace intencionalmente abierto, donde la invasión de vagabundos puede corresponder simplemente a una pesadilla de Lucas Meyer, como simbolizar el inicio de una revolución social contingente. Los elementos escenográficos absurdos y contradictorios en el texto de Los invasores plantean también la posibilidad de que los vagabundos que invaden el mundo burgués sean personajes deliberadamente incompletos, actores mal disfrazados que ponen en relieve la condición representacional del teatro y la necesidad de que sea en la creación artística donde se libre el debate epistemológico que la sociedad ha de sostener en torno a las condiciones de existencia de sus integrantes.

En definitiva, la percepción de que Los invasores es una obra de crítica social ha prevalecido en el teatro chileno y, como consecuencia de ello, persisten ciertas aprensiones a la hora de montarla en el ámbito local. Sin embargo, como señala Eduardo Guerrero, "una obra de las características de Los invasores es susceptible de otras múltiples referencias y lecturas. Eso, por un lado, le da una real significación a su texto y, por otro, le confiere la categoría de un clásico del teatro chileno" (Oyarzún, 122).