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Minería del cobre

La revolución industrial generó desde la segunda década del siglo XIX una importante demanda de cobre, la que comenzó a ser satisfecha por productores chilenos. Desde 1825, los embarques de cobre aumentaron notablemente; en cuyo comercio tuvieron marcada preponderancia los minerales en bruto, de relaves y ejes con destino a la fundición de Swansea en Inglaterra. En la década de 1840, la introducción del carbón de piedra como combustible de los hornos dio un impulso definitivo a la minería del carbón en Lota, al sur del país, donde Matías Cousiño creó una importante fundición de cobre en 1853, reinaugurada en 1867. En el período, se instalaron grandes fundiciones en la misma región productora de cobre, como la de Coquimbo, creada en 1840 por Joaquín Edwards y Charles Lambert y las de Tongoy y Guayacán, creadas por el empresario José Tomás Urmeneta para fundir el mineral extraído del yacimiento de Tamaya.

El progresivo agotamiento de los minerales de alta ley y las precarias técnicas de extracción de cobre en las minas, señalaron el comienzo de la decadencia de la minería del cobre; que a mediados de la década de 1870 había llegado a su máximo nivel de expansión. La exención de derechos de importación para los minerales de cobre de origen boliviano y peruano, aseguró a las fundiciones de Lota, Coquimbo y Guayacán su supervivencia por varias décadas más. Sin embargo, la recuperación de los precios del cobre a principios del siglo XX fue aprovechada por grandes consorcios mineros norteamericanos, como la Braden Copper Company y la Chile Exploration Company y no por capitales nacionales, que se vieron excluidos del negocio cuprífero.