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Arquitectura colonial

El proceso y consolidación del régimen colonial vivido en América conllevó a la formación de un tipo de sociedad cuyos usos y costumbres generaron una arquitectura de viviendas y edificios con características arquitectónicas claramente definidas.

La cercanía de las viviendas en relación con la Plaza de Armas era señal del status social y de la posición privilegiada que gozaban sus habitantes. Mientras más próximas estuvieran las casas a la plaza, mayor era la prestancia social de la familia. Al contario, mientras más se alejaban las viviendas, sus habitantes ocupaban un rango menor en la escala social. La característica principal de la vivienda fue la organización de todos los recintos en torno a tres patios que cumplían diversas funciones. El primero, al cual se ingresaba por un amplio portón que admitía carruajes y carretas de carga, concentraba la actividad comercial del propietario. Le seguía una zona de recepción y reunión, el espacio público de la casa, salones donde la familia daba muestras de su riqueza a sus visitantes. En el segundo patio se encontraban los dormitorios y las antecámaras, espacios más privados que albergaban exclusivamente a la familia. El tercer patio estaba destinado a las dependencias del servicio, cocina y empleados que atendían a la familia. Mulatos, zambos, negros e indios se hacían cargo de las tareas domésticas favoreciendo el estatus social de la familia criolla. Después del terremoto de 1647 se le añadió a este recinto el llamado rancho de los temblores, una construcción rústica de madera que pretendía cobijar a la familia en caso de terremotos y catástrofes naturales que, aunque devastadores, constituyeron un impulso dinamizador de las construcciones. Efectivamente con el terremoto de 1647 la ciudad quedó arruinada por completo y se inició una nueva etapa constructiva. Se eligieron con mayor cuidado los materiales y se emplearon nuevos elementos destinados a asegurar la estabilidad, como por ejemplo pilares y cimientos enormes que influyeron en el aspecto exterior.

Por esta misma época, La Compañía de Jesús impulsó un auge en la construcción, formando a albañiles, carpinteros, ebanistas, mecánicos, entre otros oficios, que elevaron la calidad de los sistemas constructivos y decorativos aplicados no sólo a edificios religiosos sino a todo el conjunto arquitectónico.

Hasta fines del siglo XVIII los edificios públicos, ubicados la mayoría en la Plaza de Armas, eran deficientes y necesitaban de frecuentes reparaciones. La infraestructura urbana era mínima, las casas no contaban con baños y no se concebía la higiene en las construcciones. Algunas calles estaban empedradas y la ciudad no contaba con alcantarillado, ni redes de agua potable, ni iluminación pública. No obstante, el italiano Joaquín Toesca pudo renovar el carácter arquitectónico de la capital imponiendo el estilo neoclásico, cuyo mejor ejemplo es La Casa de la Moneda que desplazó en importancia a la Plaza de Armas como centro cívico de la ciudad.

Aunque la arquitectura colonial subsistió hasta bien entrado el siglo XIX, la transformación urbana que operó desde mediados de este siglo arrasó con muchas de sus edificaciones. El estilo de la casona colonial buscó entonces refugio en el campo chileno.