ENIGMAS DE PLENILUNIO
Amatista Mahal , seudónimo de Gloria Real Jaña , escribió el cuento "Enigmas de plenilunio" después del viaje que en 1997 realizó con uno de sus hijos, por los misteriosos parajes nortinos. El cuento, ambientado en la oficina salitrera de Santa Laura y sus alrededores, forma parte del libro homónimo que la autora publicó este año.
06 de septiembre de 2005
ENIGMAS DE PLENILUNIO
Santiago de Chile, 7 de Julio de 1997.
Querida Amatista:
Amiga de mi alma. Ya me siento mejor. He vuelto a casa y lentamente voy asumiendo como una experiencia más, lo ocurrido en mi viaje al norte. Un suceso extraño, sin duda, pero hoy, con la perspectiva del tiempo transcurrido, creo que debo asimilarlo como la más excelsa muestra de amor y compromiso que alguien pudo brindarme. Supe de tu preocupación y de las visitas a la clínica siquiátrica donde pasé los últimos meses; te lo agradezco, me habría gustado hablar contigo, pero las instrucciones del médico no lo permitieron. Ahora, ya recuperada y como una forma de retribuir tu gentileza, te contaré cuáles fueron los acontecimientos que me produjeron ese letargo.
¿Recuerdas a Rammzy? ¿Ese hombre con el cual yo mantenía una hermosa relación, aunque lejana y distante? Como tú sabes, él me invitó a que pasáramos juntos su cumpleaños. Lo conoces, es un tipo educado, silencioso, curtido por las soledades del desierto. Cuando recibí la invitación estaba agobiada por una vida insulsa y sin alicientes, por eso, sin pensarlo mucho acepté su invitación y reservé un pasaje para llegar justo el día de su cumpleaños. Le confirmé mi arribo para seis días más y no volvimos a hablar.
El viaje fue maravilloso y sin contratiempos. Al descender del avión, el viento insolente me levantó la falda hasta la cabeza, desbarató el prolijo arreglo de mis cabellos y terminó dejando por el suelo todo el esfuerzo desplegado para estar bien presentada. Al parecer, de esa forma dejaba claramente establecido: primero, que en esa zona poco servían los afeites y segundo, que el amo de esas comarcas era él.
Mi caballero andante estaba esperando en el aeropuerto.
-- ¡¡Feliz cumpleaños mi amor!!
-- ¡¡Mi vida, mi tesoro, por fin estás aquí!!
Palabras llenas de emoción que nos estremecían. Rammzy me estrechaba en un abrazo de oso: grande, café, fuerte, varonil, con el que me empezaba a resarcir de tantas carencias afectivas. Recuperamos el equipaje y rápidamente subimos a su Cherokee. Acurrucada a su lado, me dejaba cautivar por la inefable sensación de no tener que preocuparme por nada. Era una invitada a su habitat, por lo tanto, él resolvería cualquier inconveniente que se presentara. ¿Te molesto? pregunto sonrojada. En respuesta, detiene el vehículo, me toma cuidadosamente las manos y como en un juego enfrentamos nuestras palmas, percibo el fluir de energía entre nosotros. Hipnotizados, desde el fondo de nuestras pupilas, viajamos hacia recónditos y plácidos parajes. No hablábamos, no necesitábamos hacerlo, ¡Así de íntimamente comunicados estábamos! Un suave beso, más bien el roce de sus labios me retornó a este mundo. Avanzábamos raudos por una carretera totalmente despejada. Me sentía feliz. "Vamos a mi madriguera, a mi humilde guarida", decía él, sabiendo que cualquier sitio donde estuviéramos juntos sería perfecto para mí. Llegamos a una cabañita sencilla, equipada apenas con lo mínimo: una mesa y un par de sillas, la cama, un sillón y un estante repleto de libros. Ni más ni menos de como la había imaginado. Nos refrescamos un poco tratando de parecer naturales, pero nuestras ansiedades eran más apremiantes que los protocolos. Sus manos grandes y fuertes me acariciaban con rudeza transmutándome esa energía que me encendía más y más. Nos fundimos, nos diluimos en la sangre del otro, sin darnos cuenta del paso del tiempo...
Languidecía el crepúsculo cuando salimos a caminar, sin prisa, dedicándonos a observar como tímidamente aparecían las primeras estrellas y luego miles, millones de ellas se incorporaban puntuales a la infinita convocatoria nocturna.
Volvimos pronto a la casa pues nuestros planes eran recorrer algunos lugares cercanos, a primera hora del otro día. Aún recuerdo lo ilusionada que estaba ante la posibilidad de dormir abrazada al hombre amado, sentir la tibieza de su cuerpo. Al fin se hacía un paréntesis en mi angustiosa soledad.
Tal como lo habíamos programado, muy temprano desayunamos frugal y tranquilamente, definiendo nuestro itinerario. Visitaríamos Humberstone, Santa Laura y algunos pueblitos más al sur.
Caminar por las polvorosas y desiertas calles de Humberstone sobrecoge, es adentrarse en el pasado esplendor de la época dorada del salitre. En la plaza, tamarugos y algarrobos son los únicos centinelas del lugar; las construcciones se mantienen en increíble buen estado. Paredes firmes y el piso de pino oregón aún permanecen intactos en muchas de las casas, dando la impresión que con pocos arreglos quedarían habitables. Los galpones de producción están más deteriorados, sin embargo existen máquinas de fierro casi intocadas por los años. Incólumes, es como si estuvieran esperando que alguien las hiciera funcionar nuevamente. Son parajes tan especiales, no es sólo el uuuuuh, uuuuuuh de la ventisca como permanente música de fondo, está además el golpeteo incesante de planchas de zinc sueltas en techos carcomidos por la camanchaca. Colores ocres y rojizos son característicos del pueblo; oxidadas latas horadadas por el tiempo se han transformado en instrumentos del viento para, indefinidamente, ejecutar la más fantástica sinfonía en el desierto.
Avanzamos y encontramos, muy cerca de Humberstone, otra Oficina Salitrera, se trata de Santa Laura. Allí el campamento de empleados y obreros fue prácticamente desmantelado, pero talleres y maestranzas están casi intactos. Son lugares extraños, a pesar de la ausencia de humanos seres invisibles hacen sentir su presencia, permitiendo que la soledad no deprima..., atraiga. --¡Hasta dan ganas de retroceder en el tiempo y vivir por un rato en esa época!-- le comento a Rammzy en un arranque de euforia. También aquí existen máquinas intactas que no se resignan a desaparecer y resisten obstinadamente el paso de los años. Entramos en uno de los galpones. El viento se filtraba por múltiples orificios de latas que aún constituían murallas. Yo estaba un poco cansada. Apoyé mi espalda en una de las máquinas y cerré los ojos por unos segundos ¡No puedo haberme dormido! Pero sentí y vi, estoy absolutamente segura de eso; sentí el ruido ensordecedor de esas máquinas funcionando y vi a muchos trabajadores sudorosos, agotados, moviéndose de un lado a otro en ese ambiente tórrido, impregnado de un penetrante olor salobre, desconocido para mí hasta ese momento pero que después reconocería como propio del entorno... Abrí los ojos y, por supuesto, no había nadie más, excepto el viento como único dueño del lugar.
¡¡Rammzy!! grité y estremecida le conté lo sucedido.
--¡"Tranquila mi amor, tranquila, no tienes de qué preocuparte! Además ¿No era eso lo que querías? ¡Piensa que se te cumplió un deseo! Ya, cálmate, yo te estaba mirando desde esa máquina del fondo, ¿La ves? tranquila mi vida", recuerdo que me susurró con esa suavidad reconfortante. Hundí la cabeza en su pecho y un abrazo cálido me entregó la protección que necesitaba. Nos alejamos dejando atrás los fantasmas.
Rumbo al sur, tamarugos grises, verdes y rojizos, la tierra casi blanca, el calor sofocante, los espejos de agua en el pavimento, todo conformaba una atmósfera especial para ese lugar. Pasamos por un pueblo casi abandonado, La Tirana. Vemos divisiones de terrenos, "parcelas", dijo, descripción que no concordaba con mi idea sureña de parcela, en mi concepto no eran más que marcas, sitios de arena, donde no había nada de nada. Recorrimos unos cuantos kilómetros y llegamos a Pica. Un vergel Pica. Arboles por todos lados, buganvilias de colores intensos, calles impecablemente limpias y solitarias. La gente siempre ausente en esta región. Allí aprendí empíricamente que un oasis es un punto verde en medio del desierto.
Continuamos la travesía internándonos por un camino de tierra con vestigios de asfalto. A los costados se ven enormes terrenos, sin construcciones, sin árboles, sin gente. Le pido que detenga el vehículo para verificar una impresión que tuve desde el avión. Al bajarme, el sol se apoderó con furia de cada milímetro de mi piel. Camino hacia uno de los lados del camino, la tierra es arenosa, blanda pero firme, corroboré la idea: es la persistente caricia del viento la que le da esa suavidad que se intuye desde el aire. El otro lado, absolutamente distinto; también un amplio espacio pero todo agrietado. Rammzy me cuenta que toda esa zona fue cubierta por una avalancha producida por el invierno boliviano. Dice que eran torrentes de lodo invadiendo todo lo que encontraban a su paso. Unos días de lluvia y luego el sol tomó nuevamente el control de la situación; las secuelas de esa guerra natural quedaron reflejadas en la tierra, son esas heridas que nunca cicatrizaron. Caminé descalza sintiendo la superficie suave pero dura. Hundí mi mano en esas oquedades esculpidas magistralmente por la naturaleza. Me embargaban inexplicables sensaciones, como si hubiese entrado en un campo magnético que me atraía hacia él y me inyectaba audacia. Como tu sabes, esa es una característica totalmente ajena a mi personalidad. El deseo acuciaba, descargas eléctricas concentradas envolvían todo mi ser. Empujada por el viento caminé internándome sin miedo a lo desconocido. Muy cerca, un Rammzy silente secundaba mi frenesí. Las grietas se prolongaban en una extensión sin fin. Soledad absoluta, ya nos habíamos internado más de un kilómetro y no se divisaba un alma. Silencio interrumpido sólo por el silbido del viento cuyas ráfagas nos impulsaban con fuerza. Nos abrazamos y la fusión fue instantánea, un cortocircuito, nuestras caricias jamás habían sido tan vehementes. En medio del delirio abro los ojos y veo un amplio cielo azul moteado de espumosas nubes blancas. El desierto me entregaba una sensación primigenia de verdad, fuerza e intensidad. Me sentía vibrante y deseaba seguir estándolo, "no quiero moverme de aquí" pienso en voz alta.
--Está bien, no te muevas, voy al vehículo por agua y abrigo, enseguida vuelvo-- Respondió Rammzy fomentando mi locura.
En ese momento no entendía para qué iba en busca de "abrigo" si hacía tanto calor, pero me quedé tal cual estaba. Tendida, con la espalda pegada a las grietas, sintiendo la reciedumbre arrolladora del viento, los intensos rayos del sol encendiéndolo todo y yo... totalmente desnuda, sólo dedicándome a recibirlos en la piel. Sin pensar, sin cuestionarme por esa osadía, sólo dejándome seducir por la voluptuosidad, por la sensualidad, por el deleite del momento. "Hará frío en poco rato más" dice Rammzy acercándose con un cobertor y agua. Permanecemos abrazados muy juntos, sintiéndonos palpitar, percibiendo nuestra respiración agitada. ¡Me sentía tan bien! ¡Nos amábamos...! Era sublime esa convicción.
Las horas vuelan, lo advertimos al sentir frío. Nos arropamos. El viento siempre está presente con su melodía. De pronto... ¡¡quedé atónita!! Frente a nosotros apareció una curva levemente anaranjada y al minuto siguiente, con una rapidez que aún me asombra, en todo su esplendor emergió redonda, gigante, la luna. Su brillo inundó el paisaje, transformando las fisuras en ranuras plateadas, dejando, de paso, invisibles a muchas de las estrellas que formaban esa cúpula gloriosa. La luna me embruja, siempre ha sido así, pero jamás la había visto tan colosal. Es un espectáculo emocionante. No puedo menos que dar gracias a la vida, a Rammzy, a la naturaleza, a todo. Estoy conmovida por tanta belleza y por la intensidad con que me llega. Soy feliz, es algo extraordinario, inolvidable. Siento que ya nada podrá igualar lo aquí vivido, casi preferiría morir en este instante. No quiero salir de este sortilegio. ¡¡Dios, que este momento permanezca para siempre, que se paralice el tiempo, que no amanezca!! Grito emocionada y mi plegaria se entrelaza con el viento esparciéndose por la inmensidad del desierto.
Permanecemos largo rato en silencio. El frío se intensifica y Rammzy insiste en que debemos volver, pues no estamos suficientemente abrigados para pasar la noche allí. Trato de actuar con madurez para no hacer un berrinche porque su objetividad termina con la magia del momento.
-- Rammzy ¿Por qué siento tanta pena? Es como si al irnos dejáramos nuestro espíritu aquí y nos devolviéramos vacíos.
-- Querida mía, ¡Esa sensibilidad tuya...! Es una de las razones por las que te quiero tanto. Vibramos con la misma intensidad, nuestro contacto es astral, etéreo, estaremos juntos por toda la eternidad, dice Rammzy con la suavidad y pasión que lo caracterizan.
Llegamos y hay luces encendidas en la casa. --Que raro, digo, ¿Esperas a alguien más?-- No contesta, pero con mucha dulzura me besa y estrecha en un abrazo fuerte, vigoroso, igual que cuando me recibió en el aeropuerto. "Te quiero, mi vida", dice mirándome profundamente y luego con toda suavidad se separa de mí. "Baja mi amor, voy a estacionar el vehículo", dice en ese tono que me subyuga, sus palabras siempre me llegan con ternura, como una caricia.
Estoy esperándolo en la entrada de la casa cuando se presenta un hombre joven, muy parecido a él.
-- Tú debes ser Anaís. ¿Cómo llegaste hasta acá? Te fui a buscar al aeropuerto tenía que hablar contigo yo soy el hijo de Rammzy-- Habla sin pausa, atolondrado, pero gentil.
-- ¡Ah... buenas noches...! respondo sorprendida. Tu padre está estacionando la camioneta, enseguida viene.
-- ¡¡¿Cómo?!! Me toma con brusquedad por los hombros y grita estupefacto, descompuesto, asustándome. ¡¡Mi padre falleció, lo sepultamos hace tres días!!. ¡¡Yo estoy aquí porque ayer no te encontré en el aeropuerto...!!
Me falta el aire, se me parte el corazón, giran las estrellas, la luna, el sol, todo se quiebra en mil pedazos, todo... ¡¡Rammzy... Rammzyyy...!! Mi voz es un alarido que se pierde en la noche, intento correr en su busca, pero ya no existo, el dolor es más fuerte que yo.
Lo último que recuerdo es el golpe recibido al caer y desde muy lejos la débil voz de su hijo diciendo:
--...Perdona Anaís, no quise ser tan bruto. ¡¡No te mueras tú también!! ¡¡Te lo ruego, escúchame...!! Tienes que oír el mensaje que te dejó mi padre... Antes de morir me contó lo mucho que se amaban y como habían permanecido unidos a pesar de la distancia que siempre los separó. Dijo que se verían para su cumpleaños y que se moría con el desconsuelo de no estar aquí para recibirte. Me suplicó que lo disculpara contigo.
--¿Me escuchaste...? Anaís... Anaís...
El resto de la historia tú la conociste de cerca, el traslado a esa clínica, el tiempo que permanecí en ella..., en fin. Saca tus propias conclusiones y luego escríbeme.
Recibe un abrazo de tu amiga que te quiere,
Anaís