HUMBERSTONE: VIAJE AL CENTRO DE LA MEMORIA
La oficina salitrera como representación de dos momentos en la vida, es lo que cuenta Yuri Carvajal en su relato.
29 de julio de 2005
HUMBERSTONE
Por Yuri Carvajal
Mi memoria de Humberstone tiene dos momentos.
El primero, mientras viajaba por el norte a dedo en el verano de 1980 en compañía de un buen amigo, pasé por Paihuano. Llegué desde La Serena, en donde en medio del ambiente turbio del albergue de la Secretaría Nacional de la Juventud, me levanté cantando una canción de Noel Nicola. Los versos de "un hombre se levanta" fueron replicados algunas ventanas más allá, en medio del brillo matutino, sorpresivamente libertarios para tanta oscuridad. Rápidamente iniciamos una conversación con nuestros vecinos, que nos encaminó hacia Paihuano, en donde un grupo de estudiantes liderados por la Agrupación Cultural Universitaria (ACU) levantaba una biblioteca con adobes. Allí conocimos muchos viajeros y voluntarios. Un de ellos venía desde el Norte y mostrando un clavo, dijo: Este clavo es de Humberstone. Nunca había escuchado ese nombre y tampoco sabía que su gesto rebelde, era también un gesto profanatorio.
Veinticuatro años después pisaría Humberstone. Viajé con mi padre en octubre del 2004 a visitar Pisagua, para intentar reparar en su memoria, los dolores de su estadía como preso político en septiembre y octubre de 1973. El bus, gentilmente prestado por el Choro Soria y cargado de ex presos políticos de Pisagua, tras elevarse por la gigantesca duna de arena y cruzar Alto Hospicio, topó con la chimenea oxidada de Santa Laura y paramos frente a Humberstone.
Caminamos por la oficina sin prisa, entramos al teatro, a los almacenes, busqué la escuela y las arenas sin fin, más allá de los confines deshabitados. En la panadería sentí la presencia de los idos.
Mi padre compró unas revistas locales de historia. Por mi parte, compré una foto en la que los pampinos de hace un siglo, exhiben sus torsos desnudos y hermosos, para placer de Benjamín Subercaseux y de sus seguidores. Y sus palas enormes, signos de una clase obrera preparada para mejores asonadas. También un folleto, de un historiador que lo autografió, en un gesto de ternura que tan sólo Cortázar podría captar.
Amo Humberstone porque en mi memoria unifica tiempos distintos. Pero también porque amo lo que tiene de local, de vivencia popular, de presencia vigorosa y digna del pueblo trabajador, de un presente animado por una memoria que tiene rostros y pregunta.
Y sobre todo amo Humberstone, porque esa tarde de regreso de Pisagua, mi padre me dijo sin metáforas ni literatura: no tenía ganas de venir, pero me ha hecho bien.