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Temprana muerte en 1952

Un pastor menos

Era el Padre Hurtado una especie de franciscano natural. Yo no sé si él rondó en torno de la llama dulce del franciscanisrno, pero su naturaleza era cierto franciscanismo trajinador y este trajín puede llamarse un "correteo por los niños pobres".

Del Santo de Asís tenía también el hablar con gracia, la expresión a la vez donosa y llana. Este don de su conversación más su llaneza, le ganaba a todos y le servía a maravilla para limosnear en bien de sus pobres y de sus niños.

Cuando, en esta casa de Nápoles -que tiene un jardincito a Dios gracias -yo sigo el ajetreo de dos o tres pájaros que saquean cuanto pueden en floración, no puedo sino acordarme del "género Padre Hurtado", o sea los que buscan, no entre las plantas floridas, sino en la espesura del egoísmo humano, las sombras de los hartos: ropa, objetos y dineros. Con esta misma gracia del pájaro, él circulaba por Santiago en este menester duro para el alma delicadísima. Con gracia pedía, con la gracia humana y con la otra.

Ya ha parado ese callejear por nuestra capital, ya no trajina más por sus chiquitos; pero otro habrá que recoja su afán. Ojalá su "segundo" se le parezca en la virtud, pero también en la rara sencillez y en el habla mágica de los pedigüeños a lo divino. Ya descansaron sus pies trotadores y su lengua criollísima y culta a la vez en cada charla, broma o giro, pero tal vez su mano quedó vuelta hacia su obra, como dicen que restan las del albañil y las del carpintero. Porque aquella su diligencia ardiente, de cada día y de cada hora, y de cada respiro suyo, todo eso quizás le haya dejado la diestra extendida en el ademán de pedir el pan de los otros.

Su ejemplo siempre planeará sobre aquellos que le conocimos y muchas veces sentiremos que el empujón del apresurado nos saca de nuestro mayor estupor.

Honra y dicha fue tenerlo, y es tristeza no mirarle más en la fila de su Orden y en la falange de su chilenidad.

Sigamos dando, sí, porque su mano tal vez siga extendida allá abajo, lo mismo que antes, y debemos sosegarla cumpliendo por él.

Solemos oír a los muertos; en cuanto se hace un silencio en nuestros ajetreos mundanos, se les oye clara y distantemente. Oír al Padre Hurtado será una obligación responderle. Y la respuesta única que hay (que dar a su alma atenta y a su bulto sólo entrometido), es la ayuda de sus obras, un socorro igual al de antes, porque la Miseria, la bizca y cenicienta Miseria, sigue corriendo por los suburbios, manchando la clara luz de Chile y rayando con su uñetada de carbón infernal la honra de las ciudades grandes y el decoro de las aldeas.

Duerma el que mucho trabajó. No durmamos nosotros, no como grandes deudores huidizos que no vuelven la cara hacia lo que nos rodea, nos ciñe y nos urge casi como un grito. Si, duerma dulcemente él, trotador de la diestra extendida, y golpee con ella a nuestros corazones para sacarnos del colapso cuando nos volvamos sordos y ciegos.

Y alguna mano fiel ponga por mí unas cuantas ramas de aromo o de "pluma de Silesia" sobre la sepultura de este dormido que tal vez será un desvelado y un afligido mientras nosotros no paguemos las deudas contraídas con el pueblo chileno, viejo acreedor silencioso y paciente. Démosle al Padre Hurtado un dormir sin sobresalto y una memoria sin angustia de la chilenidad, criatura suya y ansiedad suya todavía.

Gabriela Mistral

Premio Nobel de Literatura

Revista Mensaje

Noviembre de 1952