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Vitalidad creativa

A partir de 1960, el quehacer teatral se caracterizó por una gran diversidad de aproximaciones estéticas y temáticas, lo que impidió clasificaciones exactas y tajantes. Sin embargo, existió en las obras dramáticas correspondientes a esta etapa la intención de fijar la mirada sobre problemas, situaciones o personajes que sufren conflictos sociales e individuales como resultado de una crisis social mayor. En el período 1967-1972, la dramaturgia y la actividad teatral en general, se vió permeada por el contexto político-social del país. Para María de la Luz Hurtado en este período: "(...) nos encontramos con un nuevo sujeto en la dramaturgia chilena: el del movimiento popular organizado, inscrito en algún tipo de lucha político-social. Es este un cambio en relación a la dramaturgia anterior que más bien visualizaba grupos sociales atomizados (...) es revelador que a fines de la década del 60 y durante el Gobierno de la Unidad Popular (...) sean grupos organizados y no sujetos individuales los personajes teatrales...". Junto con esto, existió un fuerte cuestionamiento de las costumbres y a esferas de la institucionalidad: "(...) se pasa de una definición externa, normativa, del deber ser del individuo, caracterizado como inspirado en afanes de éxito social y económico, a una definición personal de afectos y utopías, donde la expresión auténtica de sentimientos y valores deben ser desarrolladas, rompiendo los rituales establecidos (...) La subversión del orden social parte de lo cotidiano, en el cual asume un rol protagónico 'lo joven'". (Hurtado, María de la Luz. Sujeto social y proyecto histórico en la dramaturgia chilena actual. Primera parte: constantes y variaciones entre 1960 y 1973.)