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novelas recientes que desarrollan el viaje

Desde fines del siglo XX se aprecia una continua producción narrativa que tiene al viaje como motivo central. Sin embargo, más allá del bosquejo de paisajes y hábitos extraños, la literatura de viajes contemporánea busca explorar los circuitos emocionales que subyacen a los desplazamientos físicos de los personajes. El viaje se manifiesta como contacto con el mundo, pero también como tránsito y abandono del lugar de origen. Es la experiencia que marca un cambio en el estado cotidiano de las cosas y a menudo desnuda la crisis de los sujetos, ya sea como causa o, bien, como consecuencia del traslado.

En 1990 apareció La rebelión de los placeres, de Fernando Alegría, novela que recrea la odisea de los mineros chilenos que a mediados del siglo XIX viajaron a California en busca de oro. En La ciudad anterior (1991), de Gonzalo Contreras, Carlos Feria es un vendedor de armas en continuo tránsito. Su viaje, según Eduardo Thomas Dublé, se configura como un recorrido exterior y otro interior, que "consiste en su gradual muerte para un pasado que en la actualidad se sostiene sólo como pura formalidad exterior, habiéndose vaciado de toda verdad existencial" (p. 56). Contreras publicó luego El gran mal (1999), volumen en el que el pintor Marcial Paz viaja a París, Tánger, Nueva York y México. Por su parte, Patagonia Express (1995), de Luis Sepúlveda, propone a un protagonista escindido --nacido en Chile, pero con residencia en Hamburgo--, quien vuelve a su tierra natal después de años de exilio.

Sin embargo, es Roberto Bolaño quien actúa como bisagra, al cerrar el siglo XX con Los detectives salvajes (1998) y continuar luego con una narrativa cuyo telón de fondo son los parajes diversos de varias ciudades del mundo. Bolaño inspira un nuevo aire a la narrativa de viajes, que en sus obras no solo entraña las nociones de traslado geográfico y transición emocional, sino que también dibuja un recorrido literario que trasluce los procesos escriturales del autor.

En el caso de las novelas policiales, varias de ellas han escenificado sus misterios en distintas ciudades de Chile. Por un lado, Roberto Ampuero, en El alemán de Atacama (1996), traslada a Cayetano Brulé a la Región de Atacama. Por otro, Ramón Díaz Eterovic, en Nunca enamores a un forastero (1999), hace viajar al detective Heredia a Punta Arenas.

En el año 2005, José Miguel Varas publicó Los sueños del pintor, obra en la que el pintor Julio Escámez recuerda su vida, experiencias y viajes por India, Sri Lanka, China, Japón, Costa Rica y su regreso a Chile. En otras dos novelas, sus protagonistas, menores de edad, se ven enfrentados al desarraigo de vivir en otro país: en Rostro de amante (2008), de Jorge Marchant Lazcano, el joven escritor Matías Reymond viaja a Nueva York, donde experimenta una crisis de identidad personal y familiar; en El jugador de rugby (2008), de Óscar Bustamante, Antonio es un niño que llega a un colegio de la clase adinerada católica inglesa, en medio de un viaje que sus padres han emprendido hacia Europa para recomponer su matrimonio.

De entre otros títulos recientes, cabe destacar: Los perplejos, de Cynthia Rimsky, autora que tiene el viaje como un motivo recurrente de su producción; Pendejo (2007), de Gonzalo León, que describe una travesía a lo largo del territorio nacional; Las islas que van quedando, de Mauricio Electorat; y Tubab, de Beltrán Mena.