Subir

obras que desarrollaron el sentimiento patriótico

En las primeras tres décadas del siglo XX, el recuerdo de la Guerra del Pacífico permanecía vivo en la memoria del pueblo, razón por la cual, junto con la Independencia, este suceso se convirtió en un motivo recurrente del imaginario literario. Evocando las hazañas que protagonizaron los héroes de la historia nacional, los textos dramáticos escolares de la época buscaron forjar una conciencia patriótica entre los niños y adolescentes e inculcar en ellos valores personales y familiares. Concebidas para ser interpretadas por los mismos estudiantes, algunas de las obras más difundidas en este período, fueron Una aventura de Manuel Rodríguez, de Eduardo Valenzuela Olivos, La verdadera hermosura, de Deyanira Urzúa de Calvo y La pastora que soñó ser reina, de Carlos Paniagua.

Una aventura de Manuel Rodríguez, de Eduardo Valenzuela Olivos, fue publicada en 1918 junto a la obra Epopeya de Iquique. La obra consta de un solo acto y tiene siete personajes. Su trama da cuenta de la astucia, valor e ingenio de Manuel Rodríguez para burlar la persecución de la que fue víctima. El personaje se muestra como un héroe patrio, modelo a seguir por niños y jóvenes.

La verdadera hermosura, de Deyanira Urzúa de Calvo, fue publicada en 1931. Es una comedia en un acto, donde participan seis personajes femeninos. La acción se desenvuelve en torno a un grupo de jovencitas que discuten por la obtención del premio que otorga la directora del colegio cada año y del supuesto favoritismo del que goza Virginia, una alumna rica, bella y muy estudiosa. La obra culmina con el anuncio del nombre de la ganadora de ese año, desenlace en el que subyacen los valores e ideales que debían gobernar la vida de las señoritas de sociedad: la obediencia, el recato, la vida conyugal y la austeridad.

En La pastora que soñó ser reina, escrita por Carlos Paniagua y publicada en 1935, participan trece personajes y otros corales. Trata de Iris, una niña que sueña con los cuentos que lee, ambiciona vivir en un mundo de riqueza, donde un príncipe la lleve en su carruaje y pueda llevar una vida de lujos impensable para su realidad. El diablo le ofrece vivir los placeres que desea y su hada de la virtud le aconseja abandonar esos sueños y disfrutar de la realidad. En la introducción se afirma que el teatro constituye un oasis frente a la corrupción espiritual y material del cine -considerado como una "escuela de la desmoralización"- a la que están expuestos los niños de la época.

Por último, cabe mencionar también los siguientes títulos: Por la patria (1911) de Alfredo Barría, Los colores de la bandera chilena (1918), Doña Paula Jaraquemada (1918), España y Chile (1924), de Eduardo Valenzuela Olivos, y Chile: dramatizaciones de su historia (1961), de Óscar Jara Azócar.