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bajo el seudónimo de Violeta Quevedo

Los libros de Violeta Quevedo fueron resonantes éxitos de ventas en Santiago, Valparaíso, Viña del Mar y La Serena durante la primera mitad del siglo XX. Señala Álvaro Donoso que cada nuevo título de Violeta Quevedo se agotaba rápidamente en la venta que hacía la propia autora entre sus conocidos, porque eran sus propios parientes quienes mandaban a adquirir la totalidad del tiraje, "avergonzados porque de la manera más inocente Violeta contaba las más privadas situaciones y los amigos aparecían con iniciales bastante identificables" (Robina. "Arte y cultura", Las Últimas Noticias, 15 de abril, 1979, p. 21). Guillermo Ferrada, en cambio, postula que sus libros sí tenían éxito de venta entre el público general debido a que el involuntario tono humorístico de sus episodios "fascinó a escritores, lectores de élite y a algunos críticos" (Ferrada, Guillermo. "Violeta Quevedo: un universo desintegrado", Ercilla, nº 2430, 24 de febrero, 1982, p. 37).

Los títulos de esta autora tienen tal homogeneidad temática, narrativa y estilística que es posible leerlos como una sola obra. Una que sigue cronológicamente las desventuras materiales de la narradora y protagonista en una estructura episódica, más cercana -en su carencia de estrategias narrativas globales- al diario íntimo y a la crónica de costumbres que a la novela.

Esta homogeneidad se encuentra también en sus particulares rasgos de estilo, donde según Guillermo Ferrada "combina los giros coloquiales con palabras cultas usadas, a menudo, en acepciones arbitrarias" (Ferrada, ibíd.). Además, su sintaxis es "caprichosa y anárquica: se suceden las oraciones -a menudo en hipérbaton- y no es infrecuente que el sujeto se pierda o que los predicados pertenezcan a otro sujeto". Sumado a esto, "la puntuación es extravagante" (ibíd.). Sin embargo, el mismo crítico señala que debido a estos usos expresivos "los relatos de Violeta Quevedo poseen la fascinación terrible de lo anormal", valor que Ignacio Valente resume de la siguiente manera: "Violeta Quevedo escribe deliciosamente mal. Su espontánea intuición poética le permite reírse de la sintaxis (...) con una vitalidad que reside en su carácter intensamente coloquial" (Valente, Ignacio. "Relatos de Violeta Quevedo", en El Mercurio, 7 de marzo, 1982, p. 3).

Asentada en estos dos rasgos -su particular sintaxis y su relato episódico- bajo el seudónimo de Violeta Quevedo, Rita Salas centró cada libro suyo en algún hito de su biografía tardía. A saber: el restablecimiento de la vida cotidiana de ella y su hermana en Viña del Mar tras la muerte de la madre en El vergel encantado; la mudanza desde la casa materna y la búsqueda de un lugar propio en Rosas y abrojos; su enfermedad y el terremoto de Valparaíso en Tañidos de campanas; el descanso veraniego en las playas de La Serena en Amor al terruño; el viaje a Estados Unidos en El país soñado; los ecos de la Segunda Guerra Mundial en Clarín de batalla; otra vez el descanso veraniego en La torre del campanario y la nueva crisis personal tras la muerte de su hermana Clara en Los embrollos de Otilia; así como la vejez y la soledad en su postrero Saliendo de un abismo y no sé más.