Subir

oligarquía homogénea

Al comenzar el siglo XX, la elite oligárquica chilena, radicada en Santiago y Europa, tenía en sus manos el control total de las diferentes esferas del poder. El nuevo sistema político parlamentario le permitía, desde el Ejecutivo y el Congreso Nacional, controlar el Estado. En el ámbito económico, las fortunas familiares formadas en el siglo XIX continuaban siendo las dueñas de la tierra y de las principales empresas mineras, comerciales y financieras; mientras en el cultural y religioso dominaban sin contrapeso, controlando los medios de comunicación, el sistema educacional y la jerarquía eclesiástica. En suma, el poder total y los destinos del país residían en manos de un conjunto de familias de mentalidad burguesa y aristocrática.

Alberto Edwards publicó en 1928 su famoso libro La Fronda Aristocrática, donde caracterizó a la oligarquía de la época: "Llegó así a dominar ,económica y socialmente en el país, una aristocracia mixta, burguesa por su formación debida al triunfo del dinero, por el espíritu de mercantilismo y empresa, sensata, parsimoniosa, de hábitos regulares y ordenados, pero por cuyas venas corría también la sangre de alguna de las viejas familias feudales....De esta mezcla de elementos burgueses y feudales sacó nuestra antigua clase dirigente su extraordinario vigor, y también algunas de sus debilidades. El amor al trabajo y a la economía, el buen sentido práctico, y con ello la falta de imaginación, la estrechez de criterio, son rasgos esencialmente burgueses. El ansia de poder y dominación, el orgullo independiente, el espíritu de fronda y rebeldía, ha sido siempre, en cambio, cualidades aristocráticas y feudales, que denuncian al amo de siervos, al orgulloso señor de la tierra" (Edwards, Alberto. La fronda aristocrática en Chile. Santiago: Imprenta Nacional 1928. 308 p.).