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Recursos humanos y materiales

Al momento de iniciarse la Guerra del Pacífico ninguno de los países estaba bien preparado a causa de la crisis económica imperante. Chile tenía una leve ventaja naval al contar con los blindados Almirante Cochrane y Blanco Encalada, construidos en 1874 y 1875, respectivamente. Bolivia no contaba con Armada y los blindados peruanos, la fragata Independencia -de 1864- y el monitor Huáscar -de 1865- llevaban mucho tiempo de servicio. Los ejércitos regulares de cada uno de los países se estimaban entre 2 y 5 mil hombres, aunque a los pocos meses las movilizaciones, voluntarias y forzadas, elevaron la suma sobre los 40 mil soldados en cada uno de los bandos, que también mejoraron su armamento e instrucción militar a medida que se desarrolló el conflicto.

Además de soldados, se desplazaron hacia el territorio hostil muchas mujeres que participaron en la guerra acompañando a sus parejas, o bien, ofreciéndose como voluntarias que colaboraban armando campamentos, preparando la comida y auxiliando a enfermos y heridos. También las tropas fueron acompañadas por sacerdotes y capellanes del Ejército y la Armada, que prestaron asistencia religiosa. Un servicio sanitario compuesto por médicos y enfermeros estableció ambulancias y hospitales de campaña para atender a los heridos.

La movilización de estos recursos humanos requirió de un oneroso gasto, junto con el necesario desplazamiento de caballos, ganado, alimentos, agua, armas y municiones, carretas, hospitales y carpas de campaña. Esta compleja labor logística estuvo a cargo del Ministro de Guerra en Campaña, Rafael Sotomayor.

Cuando las tropas chilenas ocuparon Perú impusieron tributos a su población, obtuvieron botines de guerra y realizaron requisiciones para la manutención del esfuerzo armado. A su regreso, quienes se dispusieron a dar la vida en un campo de batalla recibieron reconocimientos y compensaciones, que consistieron, en su mayoría, en el pago de tres meses de sueldo y el derecho a conservar el uniforme.